Cap 8. TROZOS DE ALMA

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VIII

Desde la provincia de Bután una joven de castaños risos delineaba sus ojos con un negro profundo.

Los destellos de la mañana se acentuaban en su piel envuelta en telas amarillas, su mirada atenta a su reflejo la hundía en aquel fatídico día.

Un auto negro fue encontrado en la mañana del 3 de junio cerca del parque nacional Royal Manas después de que la lluvia hiciera estragos en la carretera de Sarpang, dicho vehículo perdió el control y se volcó incendiándose minutos después. Se presume que los cuerpos sin vida encontrados dentro del carro corresponden a la pareja Darshan-Bhagati.

— Te amaré aún después de la muerte —Pensó el hombre entregando el último suspiro de vida a la madre de sus hijos.

El hilo de sangre escurrió por su frente un instante antes de que el fuego lo abrazara en una explosión.

Parecía como si el tiempo no pudiera curar el recuerdo de aquel acontecimiento, Nirali se acercó al ventanal como si buscará en el viento el alma en trozos de sus padres.

En el lecho de satín en una mansión lujosa una chica tallaba sus ojos buscando encontrar a quién le hacía compañía por las noches.

— ¿Dormiste bien? —preguntó un hombre cubierto de una fina bata negra con detalles dorados.

Aquel sujeto salía del cuarto de baño tapizado de un fino mármol.

— Pensé que habías ido a trabajar. —Sonrió Alessa en un intento de esconder su confusión — ¿Cómo es que está vivo? —pensó.

— Este día no —respondió el hombre— Quiero atender muy bien a mi invitada.

— Yo vine a atenderte a ti —respondió con una sonrisa— ¿Cambiamos de papeles? —Preguntó antes de robarle un pequeño beso.

La risa estruendosa del Sultán provocó que separara su boca de la de él.

— ¿Estás sorprendida verdad? —Preguntó tomándola de los brazos.

— Me haces daño cariño —pronunció la joven.

— ¡Más te voy a hacer si no me dices quien te mando! —Gritó furioso.

— Nadie —respondió asustada.

— Crees que soy ingenuo, muchas como tú ya han tratado de seducirme para sacar provecho, ahora mismo me dices quien te mando o te irá muy mal —amenazó Abbadon.

— ¡Suélteme! —Rogó ella.

— ¡Dilo! —Exigió él.

— Un hombre en Dispur me pagó para envenenarlo —terminó confesando entre lágrimas.

— ¡Lo sabía maldita! ¿Lo pusiste en el vino verdad? —Exclamó tomándola de los cabellos.

La mirada de susto de Alessanbali en la copa de cristal que yacía en la alfombra persa respondió la pregunta del Sultán.

— Ya veo, que lástima yo solo bebo Whisky —agregó burlándose— adivina quién bebió sola el vino...

Las palabras de Abbadon se perdían en eco en la cabeza de Alessanbali.

— No quiero morir por favor, ¡Yo no por favor! —Suplicaba la joven.

— Morirás como un perro —sentenció él.

En el vientre de Alessanbali un dolor punzante comenzaba a doblarla.

— Por favor le digo el nombre del tipo que me pagó, pero lléveme a un hospital ¡Por piedad se lo suplico! —Agregó Alessa apretando la bata del Sultán.

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