XVI

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Kenma ya se encuentra en la estación cuando arriba el tren de Kuroo, quién pálido y con sus ojos muy abiertos, recuerda la imagen de un gato asustado.

—El señor Tanabe ha empezado a ocuparse de los oficios —Kenma pone al día a Kuroo, un poco nervioso—, y mi padre también ha estado ayudando aquí y allá, pero desconocemos las voluntades de tu madre.

—Dudo que haya dejado algo por escrito.

La voz de Kuroo se oye clara y limpia, casi da la impresión de que la ha ensayado. Kenma le agarra de un brazo.

—Oye, Kuroo... lo siento mucho. Quiero decir, lo siento por todo.

Y transforma ese agarrón en un abrazo. Kuroo acomoda su cabeza en el hombro de Kenma.

—Estamos bien, Ken-chan.

—¿Lo estamos?

—Mira, sé que voy a estar raro todos estos días, pero tú no tienes que ocuparte de nada. No quiero estropearte las vacaciones de primavera, así que no te sientas comprometido. Haz tus cosas.

—Me voy a quedar aquí —insiste. Kuroo se separa de Kenma y le sonríe. Está muy agradecido de tenerlo a su lado—. Pero por favor, deja de hacerte el fuerte y llora de una vez. Me das escalofríos.

Kuroo ríe. Ni él mismo es capaz de comprender por qué no se le derraman las lágrimas. En algún momento, superado el shock inicial, ritos, trámites..., Kuroo confía que será presa de la melancolía. Se encuentra en un raro estado de calma, como esa calma de la que tanto hablan los marinos: de esa soledad que antecede una tragedia.

.

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Tsukishima, en Sendai, acomoda sus turnos para librar el día del entierro y acompañar así a Kuroo. Tendou lo recoge al hospital, a eso de las ocho de la mañana.

—Te acompaño en el sentimiento —dice Tendou apenas Tsukishima sube. No le replica, Tsukishima ha asumido que, desde aquel momento, es la única familia que le queda a Kuroo, si se le puede llamar de esa manera. Se abrocha el cinturón y Tendou, muy atento, abre la guantera donde guarda un antifaz—. Intenta recuperar toda la energía que puedas. A mitad de camino pararé en una estación de servicio, ¿quieres que te despierte?

—No. Pero cómprame una energética, por favor.

—Como mande.

Tsukishima deja unos billetes donde antes estuvo el antifaz, lo suficiente para la energética. No tarda en quedarse dormido. El vehículo de Tendou es suave al deslizarse, o quizá sea que Tendou, en su rol de prevencionista de riesgos, maneje con extremo cuidado. El resultado es que Tsukishima no siente los baches de la carretera durante el largo trayecto hasta Tokio y duerme todo el viaje sin interrupciones. Cuando Tendou lo remece del hombro, Tsukishima descubre que ya se encuentran en Tokio. El GPS del vehículo le indica a Tendou la ruta a seguir hasta la casa del tal señor Tanabe.

—¿Tú sabes quién es ese Tanabe? —pregunta Tsukishima, regresando el antifaz a la guantera. Descubre allí su bebida energética.

—Sí, es para ti. No sabía si tenías alguna marca favorita —responde Tendou, prestando atención tanto al GPS como al camino—. El señor Tanabe fue el casero de la madre de Kuroo, vivía en la casa de junto. Tal parece que fueron buenos amigos. Kuroo siempre llegaba contando historias al trabajo del tipo: «Dice mi vieja, que el señor Tanabe...», y blablá. Yo me preguntaba qué tipo de personas serían, pero conocerlos en estas circunstancias...

Tsukishima nunca había oído del tal señor Tanabe o de la madrastra. Cada vez que Kuroo sacaba el tema de las familias, Kei desviaba la conversación porque no le interesaba hablarle de su propia familia a Kuroo. El pasado es irreparable.

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⏰ Última actualización: Nov 18, 2019 ⏰

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