el cuerno de la abundancia

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Kuina,

Un año después de lo nuestro, cuando yo ya me notaba de nuevo con el coraje suficiente para volver a estar con alguien, conocí a un cocinero. Tú ya sabes que antes de ser vigilante trabajé de muchas cosas: limpiando, recogiendo leche, haciendo recados, en el taller de mi tío... pues después de ser vigilante también encontré otro trabajo, como camarero, en un restaurante al que tú y yo nunca podríamos haber ido a cenar porque era para gente muy rica. El cocinero del que te hablo era el hijo del jefe de cocina. El jefe de cocina se llamaba Zeff. Llevaba una pata de palo igual que los piratas y se había hecho un trenzado japonés en la barba, que era de color amarillo igual que el pelo del cocinero.

El cocinero llevaba un flequillo torcido como si hubiese soplando el viento y el pelo se le hubiese puesto encima de un ojo, ¿sabes o no? y al principio a mí me pareció muy desagradable, tan flaco y tan rubio y tan afeminado. Los días que le tocaba quedarse limpiando los fogones salía por la parte trasera, se sentaba con las piernas cruzadas en unas cajas vacías y fumaba sin parar. Siempre se quejaba del frío que hacía: que si el viento le dolía en la cara, que si casi no podía mover las manos... hasta que un día le pedí que por favor se callara de una maldita vez, que me estaba dando dolor de cabeza.

Andaba todo el rato preocupado de cómo llevaba el pelo y una vez me fijé en sus uñas, cortadas, limadas y abrillantadas como las de una dama. Creo que era metrosexual. Se llevaba al trabajo libros de poesía para leer en los descansos, el muy sabihondo, y a veces me leía versos que le gustaban especialmente para que yo "ampliase mi limitado vocabulario''

—Escucha esto, Marimo —me decía, y empezaba a recitarme un montón de mierda que yo no sabía descifrar—. "Sola, sobre el horizonte azul vibrante de incandescencia, la antigua esfinge se alarga, enorme y femenina. Diez mil años han continuado; fiel a su destino, su labio a esquinas apretujadas guarda el enigma inmenso." ¿No son bonitas las mujeres en la poesía?

—Y yo qué sé.

Se emocionaba con cursilerías y se tomaba las cosas de una forma muy delicada. Todo le parecía romántico, todo le parecía bonito, igual que a ti.

Pasamos nuestras primeras fiestas en el restaurante, él fumando y yo recogiendo las sillas mientras el resto de parejas y familias paseaban de la mano por las calles heladas, parándose enfrente de los escaparates de las tiendas, señalando con el dedo los adornos de Navidad. ¡Mira que estrellas! ¡Mira que angelito!

Y en Nochebuena, que también nos tocó trabajar, me regaló algo: cuatro versos de ocho sílabas que hablaban de mi pelo y decían así:

crece sobre su cabeza

con las lluvias reverdece

musgo brillante y verde

llega con la primavera

—Algún día publicaré un libro de poemas, y serán todos sobre tu pelo —dijo. Creo que por aquel entonces ya estábamos los dos bastante atolondrados.

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