viaje

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Kuina, 

En plena guerra se me ocurrió hacer un viaje.

Ya sabes, para escapar de toda esa mierda, para no tener que verlo más. De haber podido, habría hecho como tú: me habría subido a un barco y me habría largado a vete tú a saber dónde, pero la cosa es que no tenía dinero. Ya sé, ya sé... Tú solías decirme que el dinero en realidad no valía nada, que tú y yo, mientras siguiésemos juntos, seríamos igual de felices en un zulo lleno de ratas que en una mansión de cuatro plantas. Y sin embargo, en esos momentos fue el puñetero dinero el único impedimento para aquello que podía hacerme feliz. Imagínate: podría haber ido a Estados Unidos, unirme a una mafia y hacerme rico. Pero nada.

Así que en lugar de irme de viaje, volví con mi tío. Otra vez, derrotado, cabizbajo, allá iba Zoro con su peto vaquero y grasa negra hasta en las pestañas, a arreglar las bicicletas de los críos... 

¿Y esta vez quien te ha roto el corazón? Se burlaba Perona. La vampira de ella, a veces me chupaba toda la energía y al mismo tiempo era la que, como un escupitajo en la cara, me devolvía las fuerzas; era Perona la que me bañaba con gel y champú después del trabajo con la ternura de una madre que acoge a su hijo muerto, la que me acariciaba la cabeza mientras me cantaba nanas hasta que me quedaba dormido. Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan, dos a los pies, dos a la espalda... Y por las noches era yo el que me despertaba y la veía dormida a ella, con el rosario entre los pechos, las cuentas pasadas hasta la mitad, los labios medio abiertos, la lengua rosa, los dientes de arriba separaditos, como los de un conejo, y cinco lágrimas bajando por su mejilla. Cinco lágrimas, cuatro angelitos, tres colores primarios, dos niños agotados y una espada traspasándonos el alma: a ella, por vivir encerrada igual que las monjas; a mí, por encerrarme en vez de buscar la libertad, de buscarlo a él, a sus hojas amarillas, sus poemas sobre mi pelo, a esa Navidad en la que nos regalamos las miradas más sinceras del mundo entero… Cuántas decepciones, cuántos sueños rotos.

A día de hoy sigo encerrado en París. Desayuno café, peregrino hasta Notre Dame para meter una moneda de oro en el cepillo y encender una velita, doy las gracias antes de cada comida y todos los días, sin falta, escucho basura como: ¿sabías que tu amigo, ese cocinero sasara, está ahora con una puta? Una puta. Sanji, quien taaanto sentido social y tanta conciencia de clase tenía, con una puta, y al parecer joven. Hay que joderse.

Hay días en los que me despierto y me digo… Zoro, Zoro, tienes que avanzar otra casilla de mierda en este tablero de mierda para ganar este juego de mierda, ¿pero sabes qué? 

Que a Sanji ya ni siquiera le importa Zoro. Sanji sabe dónde trabaja Zoro y no se pasa a saludarlo, así que, ¿qué más da lo que haga Zoro con su mierda de vida? Pero Jesús, volviéndose y mirándolo, echado en su cama como muerto, le dice: Ten ánimo, hijo; tu fe te ha salvado. Y Zoro se salva desde aquella hora.

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