ancestros

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Kuina,

Menudo enredo tengo, Kuina.

Ojalá estuvieses aquí para ayudarme con esto que me está pasando, Kuina, porque te juro que quiero cogerme de la cabeza para separarla del cuello así, ¡catapum!, y quedarme tranquilo de una santa vez. Pero no puedo, esto que me está pasando ha bajado de mi cabeza a mi pecho y estómago como la solitaria, y ya no le puedo hacer nada. A veces la serpiente me rodea, me aprieta, me sofoca, a veces muy fuerte, a veces no tan fuerte, pero siempre está ahí, incordiando. ¿Qué puedo hacer, Kuina?

Te pido consejo porque todavía no he logrado olvidarme de ti. Para que veas que es verdad lo de que te digo y que todavía no he logrado olvidarme de ti, yo, que siempre he tenido muy mala memoria, recuerdo que tú eras pequeñita, con el pelo púrpura oscuro y la piel clara por el frío, y que el día que nos conocimos, 18 de octubre de 1905, llevabas un caftán y un monedero pequeñito como suelen ser todos los monederos. Me hablaste enfrente de un cuadro, ahora mismo no recuerdo su nombre, pero sí recuerdo lo de dentro, esa mujer sentada en el sillón con un sombrero así, inmenso, que ocupaba casi toda la pared; tú te paraste enfrente, aguantando la respiración, y después de soltar todo el aire que llevabas dentro dijiste que algunos cuadros eran como bestias salvajes. Luego me miraste a la cara y dijiste: tu pelo es muy fauvista, ¿sabes? Y yo, que sigo sin saber lo que eso significa, en ese momento pensé que a lo mejor estabas un poco loca por estudiar Historia del Arte, porque todo el mundo dice que no sirve para nada y los artistas, pinten cuadros o no, están todos mal de la cabeza.

Teníamos la misma edad. Yo era vago y trabajaba vigilando; tú, en cambio, eras una estudiante en prácticas y sabías muchas más cosas que yo. Casi todo el mundo sabe muchas más cosas que yo. Yo no entiendo nada; no entiendo las letras, ni las ciencias, ni los cuadros ni los mapas, con tantas líneas para arriba y para abajo, algunas gordas y otras finas, algunas azules y otras rojas como, qué sé yo, corrientes de fuego.

Ya sé que lo nuestro fue un amor museal  que duró un año nada más y que aunque tú ya no me soportes, casi podría decirse que desciendo de ti, como si tú fueras mi ancestro, y te necesito, te necesito porque eres lista y siempre sabes qué hay que hacer.

Y yo tengo un gran enredo, Kuina.

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