6. Museo de Historia Cultural

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—Evie, el espejo —habló Mal, mientras bajábamos las escaleras.

—¿Se me corrió el rímel? —preguntó inocente, sacando el espejo mágico para revisarse la máscara de pestañas.

—Evie, ¿por qué no primero nos dices dónde está la varita mágica y despuéste revisas el maquillaje? —pedí, rodando los ojos.

—Ah, claro —parpadeó, revisando el mapa del espejo—. ¡Por aquí! —canturreó, guiándonos hacia la izquierda.

Carlos y Jay corrían a nuestras espaldas, revisando que no hubiera nadie siguiéndonos, hasta que llegamos a una entrada con doble puerta. Los cinco nos asomamos lo más sutil posible por las ventanas de la puerta. Ahí habían varias pantallas de seguridad que mostraban desde la lámpara del Genio y el tridente del rey Tritón, hasta la zapatilla de Cenicienta y la rosa de Bestia. Justo en medio, detrás del guardia sentado que revisaba las pantallas, la rueca de Maléfica.

—¿Esa... es la rueca de tu madre? —preguntó Jay, burlesco, después echándose a reír junto con Carlos.

—Sí, es un poco tonta —comentó Carlos.

Estando entre ambos, rodé los ojos y los golpeé en la nuca con cada mano a cada uno, al mismo tiempo. Se quejaron, pero no volvieron a comentar nada.

—Es mágica, no tiene que verse siniestra —se excusó, sacando el libro de hechizos de Maléfica—. Mágica amiga, llegó la hora, haz que mi víctima se duerma ahora.

El guardia se volteó y miró a la rueca embobado, pero nada ocurrió.

—Impresionante —dijo Jay con sarcasmo.

—Sí, qué susto —añadió Carlos con el mismo tono, y los dos se echaron a reír.

—Está bien, ahora verán —advirtió, decidida. Miró una vez más su libro de hechizos y leyó—... Pincha su dedo, pincha y quema, que mi enemigo luego se duerma.

Esta vez, el guardia se levantó y caminó como si fuera sonámbulo. Se detuvo frente a la punta de la rueca, alzó su dedo y se picó con ella. Un destello emseralda salió de la aguja, el guardia se miró su dedo pinchado y bostezó, estirándose con un grito de sueño hasta echarse sobre la plataforma de la rueca, haciéndose ovillo y quedando dormido.

—Ahora no es tan tonta, ¿eh? —presumió con una sonrisilla.

—Genial, entremos entonces —declaré, pero cuando giré la perilla y empujé la puerta, ésta no se abrió—. Tiene seguro —avisé.

—Atrás, amigos —pidió Jay con tono presumido, sonriendo con sorna. Caminó algunos metros detrás, preparándose para empujarla con toda su fuerza.

—Fácil y en poco tiempo, que se abra sin contratiempos —hechizó, y las dos puertas se abrieron al mismo momento en que Jay se lanzó con su pierna y puño hacia arriba.

Reí con el resto cuando lo vimos caer de trasero al suelo, y pasamos de él con burla. Carlos se quedó atrás a ayudarle, pero éste rechazó su oferta con molestia.

—Vamos, Jay, no seas infantil —le dije, mientras seguía a las chicas por el camino de la izquiera.

—¡Estamos cerca! —avisó Evie con el espejo en mano, mientras empezábamos a correr. Se detuvo en unas escaleras, observó con atención y sonrió— Está arriba.

La seguimos, subiendo por unas escaleras que se torcieron en caracol un par de veces, hasta que llegamos al segundo piso y avanzamos hacia el fondo. De repente, Evie se detuvo, y Mal la imitó.

No comprendí qué miraban con tanto horror hasta que vi a la izquierda: un salón con las figuras de nuestros padres hechas en cera, perfectamente interpretadas, tanto que parecía que habíamos vuelto a la Isla. Todos estaban con una pose. Maléfica en el centro, Cruela a la izquierda, la Reina Malvada a la derecha y detrás de ella estaba mi padre... sosteniendo un bastón falso.

—¿Mamá? —jadeó Evie con tristeza.

—Impresionante —comentó Jay con voz baja, como si apenas la hubiera encontrado. Me miró, dándome una media sonrisa para animarme, y me rodeó los hombros con su brazo en forma de apoyo.

—Nunca más olvidaré el Día de la Madre —dijo Carlos, mirando la estatua de Cruela, a quien la habían puesto persiguiendo unos dálmatas sobre un puente.

—La varita no está aquí —Jay cambió el tema—. Vámonos.

Me llevó con él, siguiendo el camino sin mirar atrás, y Carlos e Evie nos siguieron, mientras Mal parecía demasiado absorta para querer moverse.

Desgraciadamente, todo salió mal, porque cuando encontramos la varita del Hada Madrina y Mal nos alcanzó, Jay se propuso simplemente lanzarse a tomarla. Aunque protesté, pidiéndole que no lo hiciera, porque obviamente había una especie de aura que protegía aquel objeto mágico, Jay igualmente acercó la mano. Por suerte, con ayuda del espejo mágico, logramos escapar sin que el guardia nos viera cuando éste se despertó a causa de la alarma que se activó por culpa de Jay y su intento fallido de robar la varita.

—¡Bien hecho, Jay! —gritó Mal— ¡Ahora tendremos que ir a la escuela mañana!

Suspiré con frustración, echándole un último vistazo al mueso. Tal vez, después de todo, no iba a ser tan fácil robar la varita mágica como sus padres habían prometido que sería. Pero no podíamos rendirnos, el bienestar y la libertad de los niños de la Isla de los Perdidos dependía de ellos y su crueldad. Sólo... tendríamos que pensar en otro plan.

 tendríamos que pensar en otro plan

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stolen | ben beastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora