13. Lago Encantado

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—¡Evie, Evie! —dejé salir a gritos, al ubicar aquella cabellera azulada en una de las mesas exteriores.

—¿Qué sucede? —preguntó, preocupada al ver mi prisa.

Al llegar a donde estaba, distinguí que se encontraba con Doug, el hijo de Tontín, hablándose con poca distancia. Primero le dirigí una sonrisa y le guiñé el ojo, a lo que Doug se sonrojó e Evie sonrió avergonzada.

—Primero, qué adorables. Segundo, ¡por favor dime que terminaste con la falda! —casi supliqué, uniendo mis manos para mayor dramatismo.

—Bueno, está casi terminada, sólo me falta hacerle el dobladillo. ¿Por qué?

—Es que... eh, pues, Ben me pidió que nos viéramos en un lugar.

Evie frunció el ceño, extrañada.

—¿Quieres decir... que te invitó a una cita?

—Sí, eso —bufé, poniendo los ojos en blanco al ver que hacía notoria mi dificultad para expresar esa palabra—, lo que sea.

Doug sonrió divertido, pero no comentó nada.

—Tranquila. Vayamos al dormitorio, y para cuando termines de arreglarte, la falda estará lista. Uh, deberías usar esas botas negras que le robaste a la hija de Madame Medusa hace unas semanas —sugirió emocionada.

—¡Adoro cómo piensas! —aplaudí— Lo siento, Doug, tendré que robarte a tu princesa unas horas.

Ambos se sonrojaron, pero ninguno me contradijo, y eso para mí fue más que suficiente. Cuando se despidieron, apenas mirándose por la vergüenza que causé, jalé a Evie para llevarla casi a rastras conmigo. En el camino encontramos a Mal, haciendo un grafiti en una pared blanca. Obviamente, también la jalamos para un momento de chicas, ignorando sus quejas y protestas.

Me di una larga ducha caliente para relajarme, me enjaboné dos veces para asegurarme de quedar completamente limpia y con el aroma impregnado; después, usé el agua fría para cerrar los poros y me sequé con la toalla dando simples toques para no irritarme la piel. Lo primero que hice fue maquillarme, esta vez un poco más natural: sólo utilicé máscara de pestañas, ligero rubor y protector de labios. Arreglé mi cabello con la pistola del pelo, dejándolo con volumen para resaltar las capas que Dizzy había estilizado tan perfectamente hace un par de meses.

—¿Cómo me veo? —pregunté, señalando mi cabello y cara, pues aún seguía en bata de baño.

—Linda —respondió Mal, levantando la vista de sus dibujos sólo unos segundos para verme.

—¡Perfecta! Ahora vístete, quiero ver cómo me quedó —chilló Evie, entregándome la falda.

Me puse una simple blusa blanca con cuello circular, mi chaqueta de piel de serpiente roja, que ahora hacía juego con la falda, la cual tenía un cierre en línea diagonal por en frente.

—Ugh, no. Esto no se verá bien con botas —dije al verme en el espejo—. ¡Ah, usaré los tenis blancos del uniforme de porrista!

—¡Gran idea! —concordó Evie.

Al ponerme los tenis, acomodarme el cabello y volver a mirarme en el espejo, sonreí con satisfacción.

—Mucho mejor —asentí.

—Soy una genio —dijo Evie a mis espaldas, mirando su falda en mi reflejo—. ¿Sabes a dónde te llevará?

Negué con la cabeza, y entonces sonaron tres toques en la puerta. Mal se levantó a abrir, como se lo había pedido hace una hora. Si me veía a mí abrir la puerta, pensaría que estaba impaciente y nerviosa (lo cual estaba, pero no quería que lo supiera).

stolen | ben beastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora