2. Gil

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—Irán —planeó Maléfica, limándose las uñas con desinterés, sentada sobre su intento de trono y con las piernas sobre el barandal del pequeño balcón que había dentro del salón—. Encontrarán al Hada Madrina y me traerán su varita mágica. Pan comido.

—¿Y qué hay para nosotros? —cuestioné, cruzándome de brazos con una ceja arqueada. No me dejaría engañar ni mandonear por nadie, ni siquiera por Maléfica, en quien de todos yo menos me fiaba.

—Joyas, tronos, coronas... —contó, restándole importancia.

—Creo que... se refería a nosotros —Carlos nos señaló.

Sin embargo, Maléfica no hizo caso a su aclaración y se acercó, inclinándose y señalando a Mal para indicarle que diera un paso.

—Se trata de ti y de mí, cariño —le dijo con dulzura— ¿Te gusta ver a personas inocentes sufrir?

Mal sonrió.

—Sí, ¿a quién no...?

—¡Entonces consígueme esa varita —gritó— y veremos eso y mucho, mucho más! ¡Con esa varita y mi cetro, podré controlar el bien y el mal a mi voluntad!

—Nuestra voluntad —interrumpió la Reina Malvada, dejando el espejo de lado.

Jay y yo nos acercamos a nuestro padre, quien parecía muy entretenido comiendo nueces, sin prestar mucha atención hasta que Maléfica habló en singular.

—Nuestra, nuestra —se corrigió Maléfica rápidamente. Chasqueó los dedos hacia Mal y ella la miró—. Y si te rehúsas, estás castigada por el resto de tu vida, niña.

—Pero... Mamá...

Maléfica la calló con un simple movimiento de mano, como si sellara sus labios con sus dedos, y finalmente recurrió a usar sus potentes ojos verdes. Mal trató de sostenerle la mirada con los mismos ojos, pero no duró lo suficiente.

—Está bien. Como digas.

—Yo gano —presumió.

—¡Jade y Jay no irán! —advirtió mi padre. Jay y yo lo miramos sorprendidos de que no quisiera que nos fuéramos, e intercambiamos miradas, preguntándonos: ¿nos extrañaría?— Los necesito para llenar y vaciar los estantes mi tienda.

La esperanza abandonó nuestros rosotros y dejamos salir un soplido, desilusionados. D repente, nuestro padre nos tomó por los brazos a ambos, alejándonos un poco de los demás, y empezó a hablar en voz baja.

—¿Qué conseguiste? —preguntó a Jay, quien empezó a sacar más artilugios de los que ya había llevado hoy a la tienda. Los identifiqué como los que robó hace unos minutos mientras nos juntábamos con Evie, Mal y Carlos en las calles— ¡Ah! Una lámpara —chilló emocionado cuando mi hermano sacó una lámpara.

Escuché a Maléfica bufar irritada.

—Papá —lo llamé, deteniendo su intento de frotar la lámpara para despertar al supuesto genio—. Ya lo intentamos.

Molesto, se la regresó a Jay como si su tacto le asqueara.

—¿Y cuánto vendiste hoy, mi viborita?

Ese apodo no era por cariño. No me llamaba así porque fuera su hija favorita o quisiera mostrarme su amor, no. Me había puesto ese sobrenombre porque insistía en que yo era como una cobra, hechizante, encantadora y peligrosa para cualquier presa. Era por eso mismo que yo funcionaba a la perfección como la vendedora y a Jay lo ponía como el proveedor de su tienda de cachivaches.

Saqué la pequeña bolsa de mi bolsillo, sacudiéndola para hacer ruido con las monedas, mostrándole a mi padre que había cumplido con la meta diaria de ventas.

stolen | ben beastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora