Capítulo Seis

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El lugar está en penumbras, algo que agradece porque así no se le puede ver la nariz roja y los ojos hinchados. Hace frío, hay un silencio sepulcral allá afuera que no le ayuda en nada a su estado de ánimo. Steve, con la respiración pausada y músculos tensos del pecho y del brazo que le arrulla, apoya aquel silencio mientras entierra con suavidad los dedos en sus cabellos. Bucky alza la mirada, y gracias al pequeño farol de aceite, observa el perfil del rubio, serio y con la mirada perdida en la penumbra. Steve ni siquiera nota que le mira, sigue sumergido en sus pensamientos sin dejar de mover la mano revolviéndole más el cabello.

Regresa a su posición sintiendo esa incrustada sobre el pecho. Bucky jura que si pudiera se partiría en dos y se ríe de sí mismo por lo ridículo que suena, se está atribuyendo mucho valor cuando no es el caso ¿Pero cómo no va a importarle? Steve ha regresado.

No puede mentirse y negar lo mucho que eso le mueve, es decir, ya no importaba la época, quería verlo con la vida que siempre ha merecido; con sus amigos, con esa mujer rubia. Bucky recuerda muy bien aquella vez, en el aeropuerto, el como Steve relajaba los músculos de los hombros y suavizaba el rostro pese que el día había sido demasiado largo. Y entonces lo supo y no le importó porque Steve seguía a su lado. Porque si hubieran regresado de la guerra no habría sido diferente; Steve se casaría y él se casaría, tendrían chamacos y ellos jugarían en el patio de su casa. Así hubiera sido. Podría haber sido Peggy, podría haber sido alguien más, lo habría aceptado. Pero no pasó, demasiadas cosas de por medio hasta que el futuro les alcanzó y ella pareció; bonita e impasible, difícil pero con un aire fresco, y estaba bien porque Steve seguía ahí, a su lado. Ellas iban y venían pero ellos parecían perdurar. Unidos.

Hasta el final de la línea.

Ahora todo parece una simple ilusión.

Y luego está Steve, con su cabello largo, cicatrices en el rostro y esos brazos que le sostienen, la calidez de su cuero que le abriga junto a sus besos y caricias. Le ha dado tanto que es difícil de explicar lo que siente por el gladiador, algo tan explosivo y sediento, donde se sumerge en aguas profundas que le aísla de la tormentosa superficie. Es reconfortante estar ahí sumergido cómodamente en vez de lidiar con el caos de arriba.

También está siendo un egoísta, aquí Steve le quiere, y no es difícil ser recíproco pero Steve ha vuelto, su Steve. El pequeño chico Brooklyn que era demasiado tonto para no escapar de una pelea, quiso seguirlo. Aún quiere seguirlo. Aún le ama. Sigue incrustado como una molesta astilla en la palma de la mano, Bucky no piensa sacarla y es cuando todo se va por la borda.

*

Lo primero que hace cuando decide que ha tenido suficiente de sentimentalismo es checar la herida del rubio. Prepara las cosas y se sienta al borde de la cama para cambiarle el vendaje. Steve, parado frente a él, ayuda a quitar las telas alrededor de su cintura. Mentiría si dice que el ambiente entre ellos no ha cambiado, sin embargo, tampoco llega a ser tenso o incómodo. Incluso hace apenas unos minutos cuando todavía estaban bajo el calor de la cobijas, Steve queriendo besarle, para antes de hacerlo y le mira preguntando con los ojos, Bucky eleva los labios sin formar verdaderamente una sonrisa y le responde terminado el acto en forma de caricia tierna. Nada debería ser diferente entre ellos.

Retira la última capa desprendiendo con cuidado las telas que fungen como gasas, suspira porque la herida tiene un bonito color rojizo con tonos rosas, no hay secreción amarilla o verdosa, tampoco desprende mal olor y eso le da tranquilidad pese que la fiebre persiste.

—Sostén aquí —le indica donde poner las manos mientras él sigue con su labor. Termina de limpiar con cuidado, rápido y fácil con el rubio cooperando sin emitir alguna queja.

Lost On YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora