Capítulo 8

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Ludmila y sus aliadas.

"Aprender nos hace más libres, la ignorancia nos encadena a ver solo una realidad." — Fawn Pearce.

Desperté poco después de las once, el sol iluminaba la habitación, invitándome a salir de la cama. Joseph no estaba allí y lo agradecí, porque después de la noche pasada no sabría cómo mirarle a la cara. Sentí que me había precipitado, que el alcohol invadió mi cabeza, que había intimado demasiado con alguien que probablemente no me amaba en lo más mínimo.

Siempre consideré que el sexo es algo natural para el ser humano y que no hay necesidad de esperar hasta el matrimonio para acostarte con alguien, pero tampoco veía correcto hacerlo con cualquier persona. No juzgo a nadie quien lo haga, es solo cuestión de mis propias creencias. Para mí es un acto especial que merece tratarse como tal.

Pero me contradije a mí misma con lo sucedido del día anterior. Sí, era un hombre sumamente apuesto, las cosas como son, la pregunta es, ¿basta la atracción física para ello? Mi interior me decía que no, me convencía que había algo más que solo eso. Seguramente era una masoquista, no, definitivamente lo era. Ya que aquel tío no era precisamente un príncipe azul.

Mis arrepentimientos me carcomían la cabeza, pero ni siquiera era consciente de lo que me esperaba hasta que salí de la ducha. Al bajar las escaleras, con mucha hambre después de no comer casi nada el día anterior, empecé a oír voces que provenían de su despacho. Y no hubiese metido mis narices en sus asuntos, de no ser porque me encontré cara a cara con una rubia que me sonrió maliciosamente mientras agarraba una botella de vino de la nevera.

— Perdona, ¿quién eres tú? — Dije tapándome más todavía con mi albornoz de seda.

— ¿Yo? No creo que te guste la respuesta querida y no soy quien debe ofrecértela. — Contestó con aire burlón adentrándose de nuevo en el despacho de "mi prometido".

Su actitud soberbia me había cabreado inmensamente ¡y sobre todo teniendo en cuenta que estaba en ropa interior! Pero aquella rubia no era el único problema, sino también la morena y pelirroja que estaban a cada lado de Bridget dándole de lo más inapropiados masajes. Aquello me parecía surrealista. Se había portado tan bien ayer ¿y hoy mismo volvía a ser el mismo cerdo?

Me negaba a creerlo, frote mis ojos varias veces para comprobar que la resaca no me había nublado la mente, pero esas mujeres seguían rondando alrededor suyo. Y cuando lo miré directamente a los ojos, beso a una de ellas delante de mí. La furia me quemaba. Ni siquiera era culpa suya, al fin, que se podía esperar de personas que sólo sonríen ante el dinero. Nunca mejor dicho, teniendo en cuenta la presencia de esas prostitutas en el lugar.

Pero no podía juzgarlas, yo misma era un objeto comprado del que se aprovecharon ayer. Pensar en ello me rompió algo por dentro y salí corriendo a la planta de arriba. Me metí en el cuarto de baño y abrí el grifo para que nadie pueda saber que tan humillada me sentía llorando sentada sobre aquellas frías baldosas.

Cuando mi tormenta interior terminó creí que ya tenía la situación bajo control, pero al salir los gemidos comenzaron a resonar por todas partes y fue un claro desencadenante de lo que pasó a continuación. Me metí a la habitación, agarré todas las prendas de ropa, que seguramente costaban miles y miles de euros y muy predispuesta fui hasta la cocina, donde con un cuchillo destrozaba sin piedad cada uno de esos vestidos. Al acabar los hice una bola y los tiré ante la mirada de Joseph.

Esa mirada me hizo volver a la realidad y me sacó de mi pequeño transe. Y no sólo eso, sino que me asusté como nunca antes. Las chicas también se incomodaron de inmediato y salieron a toda prisa. Y entonces, tras el portazo que dieron a la puerta principal, él, con fuego en los ojos se acercó peligrosamente cerca a mí. Su aliento con tinte de alcohol rozó mi rostro. Miraba mis labios y se relamió los suyos. 

Mi dueño y jefe © (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora