Capítulo 39

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Un regreso amargo. 

Llegué a casa y Adley se fue solo después de comprobar que pasaba por el marco de la puerta y la cerraba con llave desde dentro.

Andaba algo distraída por todo lo que me enteré hoy y de camino al salón me tropecé con unas maletas. Escuché algunos ruidos que provenían de la planta de arriba y subí cautelosamente.

Cuando pase por delante del cuarto de baño la puerta se abrió y una mujer en albornoz salió de ahí dejándome boquiabierta. ¡Llevaba mis zapatillas de conejitos!

Por un milisegundo pensé que era Ludmila de nuevo, pero cuando subí la mirada me topé con los ojazos azules de...¿Erika? No podía ser otra, la había reconocido por aquella fotografía que guardaba Joseph en su caja de recuerdos. Su exnovia, la cual estaba en fuga desde hace años, estaba recostada en nuestra habitación sin ningún previo aviso. Esto parecía una maldita pesadilla, de esas que me acostumbré a tener últimamente. 

- Hola. – soltó ella y pasó a mi lado sin hacerme más caso.

Esa mujer era una maleducada, se comportaba de tal forma que parecía como si esa fuera su casa. Fruncí el ceño y fui tras ella. Ya estaba en la habitación, acostada y leyendo, o mejor dicho, ojeando uno de mis libros favoritos. El diario de Ana Frank.

- Que aburrimiento, deberías mirarte 50 sombras de Grey en vez de esto.

¿Cómo se atrevía a comportarse así sin siquiera presentarse? No me gustaba tener prejuicios, pero a decir verdad, estaba viendo a la misma zorra que creía que era antes de conocerla.

- ¿Qué haces aquí? – pregunté entre dientes.

- Veo que ya me conoces, eso me halaga. ¿Dónde fue que me viste? ¿En Vogue? Tal vez en Cosmopolitan.

- Nada de eso, sé que eres la ex de Joseph y que tampoco eres ninguna santa. – mascullé.

Su actitud prepotente me sacaba de quicio, porque me recordaba demasiado a Elí.

- Uy, uy, esconde esas garras querida.

- Uno, no me llames querida y dos, dame una buena explicación de por qué estás aquí como si nada y usando mis cosas.

- Tengo permiso de usar este piso como me venga en gana. Si tienes alguna queja hazlo saber a tu jefe. ¿Eras la sirvienta, no? Tráeme algo de café.

- Soy su novia, más respeto por favor.

- ¿Su novia? Pues al parecer él no lo ve igual. Ya que no me dijo nada al respecto.

- Será porque no tuvo la ocasión.

- Ya, ya. Como digas. Pero creo que solo eres el polvo de una noche. Te hiciste muchas ilusiones cariño. – comentó pasando las páginas de una revista que había agarrado. Ni me miraba a la cara.

Otra vez estaba utilizando uno de esos apodos que salidos de su boca me parecían repugnantes.

- Oye, no voy a permitir que me trates así.

- Vete ya, quiero descansar un poco después de mi viaje de 19 horas en avión.

- ¿Me estas escuchando?

- Claro, ese es el problema. Me molesta esa vocecita chillona que tienes.

- Ya basta. Joder. No soy ni tu amiga ni tu servicio. – me remangué la blusa acercándome a ella con los puños cerrados, a punto de arrebatarle esa revista.

- ¿Senata qué está pasando? – la voz de Joseph me hizo voltearme.

Estaba parado en la puerta, con su mano en el hombro de un niño de unos nueve años. El pequeño estaba abrazando un peluche de oso. Me dio la impresión de que era tímido.

Mi dueño y jefe © (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora