8: Prácticas hedonistas

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—Cielos, esto es incómodo.

Mis cejas se arquean por acto reflejo. Devon acaba de rascarse la suya, la izquierda, con un dedo, mientras hace una mueca de acidez. Todavía estamos lo suficientemente cerca como para que pueda ver las líneas de expresión en su frente, a causa de su constancia al fruncir el ceño. Sus poros de la nariz se dilatan y cierran varias veces antes de que entreabra los labios.

Y, sin embargo, no sale ninguna palabra.

Lo que dijo antes es todo lo que pude oírle y ahora está mirándome a los ojos.

—No vas a tener otra oportunidad —gruño tan bajo como puedo.

—Qué bien —dice él, y sonríe con afectación—; no soy el cerdo que crees que soy. Y si estoy aquí tampoco es porque haya sido mi voluntad; cada práctica hedonista que veas ha sido influenciada por otra causa de mi interés, debes de saberlo.

Tengo el corazón estrujado. Eso Devon no puede entenderlo, así que sacudo la cabeza con temor de que note cuán vulnerable me siento. Eso si no es que ya se lo demostré.

Precisamente con la intención de sacudirme la vergüenza, bajo la mirada.

Busco algo interesante en el cuello uve de su camisa. Lleva encima un anorak negro, en chaleco. Tiene las manos metidas en el pantalón, como siempre que quiere ocultarlas. Al niño le molesta que se note cuándo está nervioso. Sonrío por la consciencia del hecho. Él también lo hace.

—Fuera de mi habitación, entonces.

Lo rodeo y me dejo caer en mi cama, poniéndome las manos en el rostro. Devon se queda unos segundos de espaldas, hacia la puerta, y se da la vuelta lentamente hasta que, con mirada penetrante, se me aproxima dos pasos.

—Jódeme que prefieres que me aproveche de ti.

—Eres tú. No espero que me abraces y me des consuelo. No serías capaz.

—Estoy aquí por...

—Sí, sí, tus prácticas hedonistas. Acaba de una vez. Dime lo que sabes y déjame sola.

—Comprendo que estás enojada, Annie...

Alzo el mentón y pongo la mirada en él, que se pasa la mano por el pelo. Los mechones lacios se deslizan a través de sus dedos, y el movimiento es tan sutil y a la vez tan pesaroso que creo que la atmósfera se ha tornado más tibia. Mentira. Regresamos a la hostilidad.

Dev camina otros dos pasos y, con cuidado, se sienta frente a mí, en la cama de Scarlett.

—Lo que me pasa está fuera de tus capacidades de raciocinio —digo, determinada a sonar despectiva.

—Está bien —suspira—. Supongamos que te hago caso y coopero: ¿qué significa para ti que yo sea un poco creativo?

Su semblante es todo lo malicioso que puede ser una máscara. En el estándar de Devon, no muestra más de lo necesario. Ben nunca hablaba mal de él cuando yo preguntaba. Pero siempre me ha parecido un matón de costumbres pasivas.

Casi me atraganto con la saliva cuando él se relame los labios... y miro en otra dirección.

—Olvídalo —digo por toda respuesta y vuelvo a mirarlo a los ojos—. Dijiste que tenías algo que hablar conmigo.

—Sí —explica él; inclina el cuerpo hacia el frente y, de la bolsa trasera del pantalón, se saca una hoja doblada en cuatro partes, que no tarda en entregarme—. Es un nombre muy curioso.

Donde habitan los demoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora