Ningún politólogo respetado puede darse el lujo de que lo conozcan bien. Eso es lo que siempre dice uno de mis profesores. Por eso, y porque ya sabía que esto iba a ocurrir tarde o temprano después de terminar con Ben, hago caso omiso de las miradas de dos personas a las que nunca les he hablado sin sentir que creen conocerme.
Quentin y Valerie están sentados en la misma fila de asientos, así que por obligación, dado que es una de las clases con más asistencia, me veo obligada a cruzar todo el extremo para ocupar el lugar solitario junto a la chica de cabello rubio. Siempre que la veo creo que debe de despertarse muy temprano por la mañana para poder arreglarse de esa forma.
El conjunto que lleva puesto resplandece contra las luces del amplio salón de conferencias. En el podio del frente, el profesor Hulen está terminando, en compañía de su asistente, de acomodar unas imágenes que supongo serán el atractivo principal de la clase. Mientras acomodo mi carpeta de anotaciones a la mesa, tuerzo una sonrisa para ignorar lo que mis dos vecinos están diciendo.
—... El estudio puede ser sobre los Medicis, específicamente —narra el docente cuando está pasando las últimas notas sobre Maquiavelo.
Hay murmullos alrededor. Quejas, en su mayoría.
Y tengo mucha curiosidad. Pero esta se ve interrumpida por las constantes intervenciones de Valerie. Al parecer, no está muy interesada en conocer el análisis profundo del pensamiento de uno de los politólogos más reconocidos en la historia. Elevo las cejas para concentrarme, y sigo escribiendo.
Varios compañeros están saliendo del aula o bajando de los asientos ubicados en comba, pero yo sigo leyendo la última diapositiva cuya imagen principal es una pintura de Lorenzo de Médicis. Nobles caídos en desgracia con el tiempo. Incluido Maquiavelo, que escribió El Príncipe.
—Te lo estoy diciendo; matrimonio seguro.
Valerie y Quentin se ponen de pie. Permanezco en mi lugar, quieta como una roca, mirando las letras enormes de la presentación que transcurrió en una hora y que, sin embargo, pudo haber durado menos.
Tengo que correr a mi curso de institucionalismo.
Pero le rehúyo.
En él me voy a encontrar a Benjamin y a Devon juntos. También a Catherine, que estudia lo mismo que Ben, relaciones internacionales. De Devon... Tengo un compromiso el sábado con él y debo admitir que parte de mi serenidad se la debo a ello. Que haya otro posible culpable, exenta a un montón de personas.
—Tal vez podamos hacer el proyecto sobre las relaciones convencionales de matrimonios entre familias —comenta Quentin. Me lanza una mirada a través del rabillo del ojo antes de salir del pasillo.
Comienzo a erguirme cuando el profesor también recoge sus pertenencias. Desde su lugar en el podio me hace una seña para que baje, ahora que se ha quedado solo.
Si todo sale bien, voy a escogerlo como tutor de tesis.
—Annie... —susurra su asistente.
Me dejo caer en un banco alto junto a ellos. La cantidad de encuadernados que recibió para estudiar es enorme. El mío lo recibió después de que lo perseguí como por dos meses el semestre pasado. Al principio le fastidió, pero cuando se dio por vencido leyó la primera página y me escribió un correo electrónico. Aún es un secreto.
—Elegí tema —digo sin pensármelo—. Voy a proyectar El Príncipe.
—No me adelantes nada —murmura el profesor Hulen—. Ven, acércate.
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Donde habitan los demonios
Misteri / ThrillerAnnie vivió un romance de cuento de hadas. Hasta que la carroza se convirtió en calabaza. Y el príncipe en sapo.