Epílogo: Reminiscencia

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Por segunda vez, logro sostener la mirada en los ojos pétreos del señor Jaill. Un anciano en la extensión de la palabra, quizás, pero el hombre que ha conformado el triángulo de las tres personas que saben exactamente cómo sigo sintiéndome. Esbozo un intento de sonrisa, parpadeo y al mismo tiempo me toco el dije de Santa Cecilia con las yemas de los dedos. 

—Haces eso siempre que te lo pregunto —me cuestiona el terapeuta. 

—Me lo obsequiaron cuando entré en Hiedra. Y a veces siento que es mi único escudo. 

—Esta semana vamos a trabajar con los victimismos —insiste él, y cierra de un manotazo su cuaderno de anotaciones. El que corresponde a las terapias que empecé hace seis meses. Asiento y entonces agrega—: Recuerda poner en práctica lo que hablamos. 

—Respecto a eso... —Mi voz suena dificultosa, como cada vez que Devon es el tema de conversación. 

Jaill dice que es porque a menudo mis vínculos afectivos se entorpecen debido a la relación que empezamos y que terminó en nada. O sea que, para él, soy incapaz de relacionarme correctamente con nadie por miedo a que los rostros se tornen los de él. 

Tengo que admitir que siempre le he mentido en ese aspecto. 

Ya que, si no quiero ningún vínculo afectivo con ningún miembro del sexo opuesto, es porque, aun cuando me esfuerce mucho, nadie parece estar a su nivel. Ni siquiera en físico. Es como si todos mis estándares sobre el amor heterosexual hubiesen cambiado drásticamente una vez que probé lo que es estar con Devon Vanderbilt.

Justo como él me lo advirtió una vez. 

—Solo inténtalo —suplica el terapeuta, y con una mirada me indica la salida. 

Después del escándalo de la muerte de Scarlett, muchos estudiantes se tomaron un año sabático al terminar el ciclo, en mayo. Y muy pocos de esos regresaron el siguiente. Por mi parte, permanecí un mes entero en casa de mi familia. Papá me llevaba a Stanley, a las prácticas y a cualquier cita que tuviera dentro del campus. 

Se tranquilizó justo después de las pascuas, cuando Keyla vino en compañía de su madre, sorpresivamente, y nos invitaron a mamá y a mí a cenar con ellas. 

En la salida de Dorothy's House, echo un vistazo a la planicie que se encuentra frente a mis ojos. Justo debajo del sol de septiembre, Timothy Duke se levanta de la banca en la que había estado; está solo, como siempre. Aunque no le pedí que me esperara, a veces se toma estas libertades. Dice que lo hace como el presidente de Hiedra, pero un mes atrás, en su casa del río, leí por accidene una carta diagnóstico que se había dejado en el escritorio de su despacho, donde aguardé por él mientras escribíamos un discurso suyo y practicábamos. 

Él... no me lo confió con todas las palabras, pero tampoco necesité de mucha inteligencia para reconocer y averiguar que los medicamentos que forman parte de su vida diaria son para personas con, como pensé en cuanto lo conocí, trastornos de ansiedad, de sueño y también de comunicación. 

Tiene síndrome de Asperger. 

Y después de saberlo, la mayor parte de mi tiempo libre estoy con él. Claro, cuando él no está con Devon. 

—Ni siquiera cambiamos la conversación —le espeto nada más llegar a su lado. 

Tim curva una ceja rubia y, con su habitual desinterés en el rostro, mira hacia el cielo. Muchas de las veces que lo sorprendo tratando de enfocar su vista, el cielo es el único lugar que busca. Porque el azul le genera tranquilidad. 

Donde habitan los demoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora