3: Stanley Humphrey era un santo

6.2K 636 147
                                    




En Stanley, hay dos tipos de estudiantes de pregrado: los que están aquí para ocupar su tiempo en algo antes de heredar puestos en altos conglomerados, y los que quieren el título de bachiller. En esa categoría hay ramas; personajes que quieren un posgrado, como yo, y personajes que quieren más, como Catherine Cliff.

En las escaleras del dormitorio, rodeada por las abejas que quieren su favor, desvía la mirada hacia mí. Inmediatamente les hace una seña a sus zánganos y me alcanza antes de que pueda bajar a toda prisa.

—Espero, Annie, que estos imbéciles sepan qué hacer para que no los expulsen. No sé cómo puede haber siete colegios en Stanley y aun así ser solo ellos el centro de la atención.

—Tal vez eso es lo que quieren —suspiro, hastiada del tema.

Catherine es de las pocas personas que conozco en este campus que no ha reaccionado de una u otra forma a ninguna provocación. Asistía al mismo internado que Ben y Devon, en Búfalo, por lo que es muy allegada a ellos, aunque sinceramente la admiro por su neutralidad. No es mi amiga y dudo que quiera serlo. Sin embargo, que sea civilizada conmigo es una ventaja enorme.

—Como sea —dice. No ha parado de seguirme ni siquiera cuando salgo del edificio.

Se me hace tarde para el entrenamiento, de modo que me planto en el último escalón y ella desciende. Se gira a mirarme. Tiene el cejo rubio arrugado y su apariencia no amerita una relación muy fraternal.

Lo que va a decirme será la cereza del pastel.

—Necesito volver a Vanderbilt —pronunciar el nombre de mi edificio me da un regusto amargo.

Tengo mala suerte.

Pero cuando me hospedaron allí, en esa parte del campus principal, no creí que de las ochenta hectáreas que abarca Stanley, me fuera a tocar precisamente en el edificio que lleva el nombre de una persona a la que no quiero ver ni en pintura.

—Solo quería decirte que podemos ir juntas a Longwood. Así, si quieres, hablamos.

Tuerzo una mueca y miro hacia la explanada. Los árboles están empezando a mudar las hojas por el inicio del otoño; otros, como los castaños, se encuentran en plena flor y sus hojas rojizas hacen que las inmediaciones boscosas de Rockie (el condado donde se encuentra la ciudad universitaria) parezca encendida en llamas; o quién sabe, quizás es una percepción mía.

Quizás estoy ardiendo por dentro y todo lo que veo a mi alrededor es un objeto de agresividad, un mero reflejo de lo que soy en estos momentos.

—Preferiría ir caminando —digo por último.

—Son como seis kilómetros hasta la escuela de negocios —apunta Catherine—. Mira, no quiero sermonearte, pero creo que hoy te hace falta un hombro sincero y neutral. Vamos, acepta.

—Pero tengo que ir por mi bolsa —murmuro.

Ella sonríe y mira alrededor.

—Entonces te recojo allí. Quince minutos.

Asiento sin poder decir nada más.

Cuando Catherine regresa al interior de Urice, observo la zona de estar en los jardínes del campus. Tomo el mismo camino que usé desde la rectoría y me guardo las manos en el abrigo otra vez. La elevación en la que está ubicado el centro de la universidad no es más acongojante que mi dormitorio, pero ignoro mis sentimientos negativos; siempre me ha encantado este lugar. Parece que a los colonizadores se les olvidó dejar una marca inglesa y el estilo victoriano impera por encima de los acabados neoclásicos.

Donde habitan los demoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora