32: El regalo perfecto

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—Es en serio, no concibo que estés tan enojada conmigo por...

—No quiero hablar de eso.

Tras ignorar a mi hermana, subo los pies al sofá y flexiono las piernas. Planto la vista en la TV, sin ganas de empezar la misma discusión que el primer día que volví a casa. Mi madre ha estado muy contenta, pero mi relación con Sandy se siente distinta. Sobre todo porque el primer comentario que hizo durante la cena fue negativo acerca de Stanley.

El amor puede hacer que la gente cometa muchos errores; por eso suspiro y abrazo el bote de palomitas que mi madre nos preparó. Mañana es año nuevo finalmente. Volveré a mis clases, y extrañamente mis únicos problemas serán controlar a Keyla para que no ataque verbalmente a ninguno de los lobos que, por lo regular, siempre están lanzándome pullas.

—La verdad es que, si no fuera por las cosas que están ocurriendo... —Mi hermana imita mi posición y, sin pedirme, pone la mano en mi pierna— Estaría muy feliz de que Devon y tú estén saliendo.

—Pues te portaste como una niña —resoplo.

—No ha sido nada en contra de él, Annie. Escúchame... —Ella me obliga a mirarla a los ojos, sujetándome el mentón con los dedos—. Conozco a Dev desde que empezó sus propedéuticos en Stanley; leía sentado con un café turco en la mano... Y tiene un sentido del humor tan negro como la noche. Nunca se ríe para complacer a nadie. Si empieza un libro y no lo engancha no se obliga a continuarlo, y cuando lo noté me di cuenta de que tenía las convicciones de una persona de cincuenta años y eso solo lo consigue alguien que ha tenido demasiados conflictos que superar.

Parpadeo varias veces y antes de mirarla otra vez, miro las imágenes en la televisión. A mi hermana no le molesta que vea el canal del congreso, para mis créditos finales de ciclo, pero siento que hoy es momento de ser sincera con ella. Así que apago la tele y recargo la cabeza en el respaldo del sillón.

—Te contó sobre su familia, imagino.

—No de inmediato, luego, cuando ya se sentaba en la barra. Pero, Annie, mi punto es que su familia son ese tipo de personas que no encajan con nosotros. De los que se queja papá, por retener la mayor parte del ingreso per cápita; todo eso, ya conoces su discurso.

—Sí, pero eso no tiene nada que ver con Devon.

—Por si no lo recuerdas —ahora su tono de voz no es dulce como antes. Parece que intenta lavarme el cerebro con su propia idea de lo que me conviene o no, y a causa de eso enarco una ceja— se llama Devon Vanderbilt. El año pasado apareció en la revista de Forbes al lado de Angus Vanderbilt... El sujeto al que papá detesta.

Después de terminar con eso, ella se marcha. No me da tiempo a decirle lo mal que lo estoy pasando en el colegio y lo bien que ha hecho Dev, en compañía de los chicos, para cuidar de mí.

Finjo bastante bien cuando se trata de mantener mi integridad personal. Al quedarme sola, me invaden los pensamientos erróneos respecto a mi familia. Pero si lo sopeso mejor, me disgusta todavía más que la gente trate de imponerme sus propias concepciones. Sandy quizás no se da cuenta que, al intentar infundirme miedo sobre la familia y la cuna de Dev, está siendo más clasista de lo que podrían ser los Vanderbilt o cualquier miembro del alto escalafón.

Me está diciendo que no estoy a su altura.

Dejo el bote de palomitas en la mesa del café; después me levanto, vestida con el pijama con el que he pasado todo el día, y me dirijo a la cocina, a donde está Sandy sentada en un banco alto, viendo cómo mamá prepara la cena. Ella me mira en el instante en el que entro en la pieza. Yo, cruzada de brazos, le sonrío un poco.

Donde habitan los demoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora