Domingo 6 de julio - 15h00
Lo han vuelto a hacer. Cuando la alarma te arrulla, a veces se siente como si fueras el siguiente que derramará su sangre sobre la madera, quizá se parezca.
Agarro la última camiseta que cuelga en el alambre atado a nuestro árbol y un clavo en la pared; aún está húmeda y si me fijo lo suficiente puedo ver granos de detergente en el cuello, seguramente nuestra vieja lavadora no se reparó como lo prometieron. Decido devolverla en silencio, atravieso nuestro pequeño patio lleno de maleza y entro con el resto del cesto a la casa, evitando pisar al montículo de hormigas que se ciernen sobre una cucaracha muerta. La puerta rechina al empujarla y se atasca cuando está por abrirse por completo. Ahora yo soy la cucaracha muerta y nadie evita pisarme. La luz tenue me permite divisar a mi madre que está sentada en el desgastado y arañado mueble rojo, alerta, y con sus uñas forma arañazos sobre la madera; ha hecho cerca de veinte rayas largas, como si un gato furioso no soportara la idea de ver el mueble en perfecto estado. A su lado sobre la pequeña mesa hay un libro viejo que seguramente no ha leído y un sobre de té que lleva allí horas. Observo de nuevo las rayas y me eriza la piel imaginar cómo la madera se rasgaba con el contacto de sus uñas.
La alarma sigue sonando, retumba en mi cabeza como si se acabara el tiempo de salvarme y no tengo idea de cómo hacerlo. La siguiente tanda de ropa tendrá que esperar. Deposito lentamente el tacho con la recién lavada. Me reclamará por no haberla lavado más temprano. Me concentro en nuestras tres paredes, tratando de no moverme y de que no me mire a los ojos. Busco un indicio de lo que quiere hacer ahora. Ella está nerviosa de nuevo, pero simula ser inquebrantable.
Ha olvidado apagar la cantina con agua y nuestro gas se ha desperdiciado. Maldigo para mis adentros porque no volverá el camión hasta el siguiente domingo y estoy seguro de que no abastecerá lo suficiente. El chirrido del metal quemado martillea mi cabeza y avanzo a apagar la hornilla. De haber sido yo estuviera siendo regañado sin tener idea de cuándo terminaría. Tensos, nuestras miradas se cruzan la oscuridad parece cernirse sobre nosotros.
—¿Tenemos que ir? —pregunto, con la esperanza de que ella niegue con la cabeza. Ya tiene más de cincuenta años y ambos podemos ausentarnos por eso. Aún soy ese niño que quería quedarse en casa.
Automáticamente me arrepiento de haberlo hecho.
—Ya tienes dieciocho años, Luis —escupe las palabras. Inyecta una mirada de desprecio sobre mí, me envenena y se humedecen mis ojos—. No deberías preguntármelo a estas alturas.
No quiero responder, no hay tiempo. Afuera, el tamborileo que suena desde el viejo parlante en la avenida 29 cobra fuerza. Hasta donde estamos escucho los gritos de los que esperan con ansias este día. Mis latidos se acompasan al compás escalofriante y mi cabeza produce el tráiler de la película que presenciaremos.
—Por un momento creí que habías sido tú —interrumpe mis pensamientos. Me estremezco. Sus palabras son un clavo oxidado que se hunde en mi pecho con cada sílaba.
—Mamá...
Levanta la mano en señal de que cierre la boca. Se ha quitado su anillo y tiene las uñas largas y mal cortadas. Sigue enojada, aun después de tanto tiempo, y creo que siempre lo estará. Ya no es mi madre. Se pasa los dedos por su bata amarilla ya desteñida por los años que pasó por la lavadora y sus piernas delgadas hacen un vaivén que me pone nervioso si me fijo demasiado. Sus arrugas opacan los ojos verdes que no heredé. Es una mujer hermosa atrapada en un cuerpo cansado. No sé en qué estará pensando. A veces, solo a veces, creo que desea que la alarma suene por mí.
—¡Vecina! —llama una voz chillona y fuerte desde la puerta—. Ya estamos yendo, no se quede atrás.
—Iré a cambiarme para el evento y nos vamos —digo mientras ella se levanta con dificultad y avanza hasta la puerta. La luz que la cubre muestra que tiene los ojos rojos. Llora, como todos los días. No sé por qué esta vez—. No tienes que...
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No robarás
General Fiction«No robarás Son las palabras que más he escuchado en mi vida». En los suburbios de Guayaquil, una urbe devastada y desolada por los crímenes, los habitantes han hecho su propia justicia desde ha-ce varios años. No robes. No mates. Porque lo que ha...