Capítulo 1: Chica Rara

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Una niña se encuentra gritando en el pórtico de su casa, nadie la ayuda, nadie la ve, nadie está ahí. Está lloviendo muy fuerte, ella está desesperada. Su edad podría estimarse entre unos tres o cuatro años. Su pena y miedo podría verse a distancia. El asesino va a callarla, toma un arma, va por detrás, parece que todo terminará. La pequeña, ya sin padres, voltea a ver al hombre… 

-¡Flor! ¡Florencia! ¡Niña, ya despierta!- se escuchan unos gritos, seguidos de unas risas.

Florencia se incorpora a la clase con algunas lágrimas en ambos ojos.

-Que seas rara no te permite quedarte dormida en mi clase, y lo sabes- dijo la maestra, y sin mirarle a la cara, continuó su clase.

Flor había tenido ese sueño muchas veces esta semana. Era un recuerdo, un recuerdo de la peor experiencia de su vida.
A pesar de que siempre ignoraba las clases, ella acostumbraba a ir de las primeras en nota y su expediente era intachable. Flor a veces soñaba en abandonar el mundo, a veces pensaba en irse, nadie se lo estaba impidiendo, ella solo quería irse, olvidarse de todo. Sin embargo, ella estaba esperando algo, no sabía qué cosa, pero ella sólo esperaba. A veces se sentaba sola en algún lugar, mientras soportaba las burlas y desprecios de la gente. Otras veces salía a caminar de noche, perseguía a los gatos callejeros o corría directamente al mar a cantarle su dolor a las olas. Ella era así, era extraña, pero no era un monstruo ni un demonio. Sólo era diferente.

Aún después de todas las distracciones que ella se creaba, sus notas eran impecables. No estudiaba, no escuchaba las instrucciones ni las explicaciones de los profesores y, a veces, ni siquiera pensaba cuando debía responder una prueba. En educación física era una verdadera pluma movida por el viento. Al saltar tenía una agilidad que no podía tener explicación. Aunque su cuerpo sudaba por la sobre exigencia de sus maestros, ella nunca se notaba cansada, nunca nadie la ha oído suspirar ni gritar. Pocas veces hablaba, nunca daba su opinión respecto a las ocurrencias de las clases. Para las giras de estudio, ella aunque paga su parte del pasaje, nunca asiste. Nadie nunca le ha preguntado cómo se siente. Solo la ignoran como si no existiera.

El timbre sonó,  esa hora de clases había terminado y nuestra chica se encontraba mirando por la ventana. Su pelo largo, casi blanco, sus cejas más oscuras que su cabello, pestañas sobresalientes, nariz delicada, labios gruesos y pálidos. Más que un demonio ella parecía un ángel.

Flor se había dado vuelta para buscar algo en su bolso, cuando vio que detrás de ella se encontraba un grupo de chicos que la miraban sonriendo. No era una sonrisa amistosa, era más bien la sonrisa que tienen los humanos cuando están planeando algo malo. Ella lo sabía muy bien, conocía esas intenciones desde que era pequeña. Ya había visto antes ese tipo de sonrisa, sabía que nada bueno saldría de esto, pero no se detuvo en lo que hacía. Sacó de su bolso un cuaderno de notas, tal vez un diario de vida, tal vez sólo un cuaderno de dibujos, pero esto era lo que liberaba a la chica cuando estaba en horario escolar.

Uno de los chicos que estaba detrás de ella se acercó, metió su mano al bolsillo, y cuando estuvo al lado de Flor, sacó un arma y la apuntó a su cabeza.

Los demás del grupo reían y aplaudían. Flor no estaba asustada, no tiritaba, no lloraba, no. Ella estaba preocupada solo de terminar de dibujar un gato. Sus dibujos casi parecían realidad.

-¿Te gustan los gatos?- preguntó Flor al chico del arma.

No hubo respuesta, el chico estaba algo asustado, pero aun así le quitó el seguro a la pistola y continuó apuntándole.

-A mí me encantan. Cuando los miras a los ojos, te pierdes, pues nunca sabrás lo que están pensando. Su pelaje es tan suave, su cola tan estilizada, sus patitas tan tiernas. Yo amo los gatos. ¿A ti no te gustan?- insistió la chica con una voz angelical mientras levantaba la vista y sonreía. Esa sonrisa era falsa, pero tranquila. Daba pena verla en ese estado, daba pena observar lo aburrida que estaba de la vida. Ella daba pena.

El chico que la observaba tenía miedo, estaba temblando, nunca había visto a la chica a los ojos, nadie sabía de qué era capaz esa muchacha albina.

-“En un mundo de pena y dolor, se esconde la verdadera paz, donde los valientes pararon de buscarla. Lloraras al encontrarla y reirás al verla”. –La chica había recitado un poema- Lo cree yo, ¿te gusta?

Nadie respondía, pero ella seguía viendo al chico. El adolescente sentía como esos ojos bicolores se adentraban en su ser y leían su mente (o eso creía él).

-¡Eres un monstruo!

El grito del chico había roto el silencio del lugar. Puso el arma en la frente de Flor, quien aún lo seguía mirando con la misma sonrisa calmada y fingida.

-¡NO ME MIRES MÁS, MONSTRUO DIABÓLICO!- gritó nuevamente mientras ponía su dedo en el gatillo-.

La muchacha volteó la cabeza, miró por la ventana, luego miró hacia adelante, pestañeó y se volvió a concentrar en el dibujo del gato.

-¿Sabes? He querido morir hace tanto que ya ni lo recuerdo. –Evocó la chica-.

El chico del arma y su grupo se rieron, se veían felices, confiados y tranquilos de nuevo.

-Pues para eso estoy ahora aquí, demonio, para darte muerte. –Se enorgulleció el muchacho-.

Iba a disparar el arma cuando Flor levantó su cabeza.

-Hay un problema… -advirtió la chica- hoy no quiero morir-.

Antes que cualquiera pudiera reaccionar, el arma abrió el cargador y las balas se cayeron al suelo. Como si este artefacto estuviera poseído, golpeó suavemente la cabeza del muchacho y se lanzó por una ventana abierta mientras se desarmaba tan fácilmente como si todas las piezas estuvieran unidas con viento. Cuando llegó al suelo, cada pieza se volvió polvo, y del arma tan atemorizante que fue una vez, ya no quedaban ni rastros.

Todos estaban aterrados, el chico que recibió el golpe estaba llorando, Flor agachó su cabeza… 

-Si me disculpas… -dijo, y siguió dibujando-.

Flor MalditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora