Capítulo 9: Una cita agridulce (parte 2)

72 4 0
                                    

A paso tranquilo, los dos adolescentes se encaminaron hacia el sector oeste de la ciudad. Por donde avanzaban, la gente se quedaba mirando a Flor, algunas con miedo, otras con respeto, la mayoría con odio, pero había también un porcentaje de gente que intentaba dedicar una sonrisa disimulada, como si estuvieran felices de que Flor tuviera un amigo.

En menos de una hora ya habían llegado al lugar. Flor inhaló fuertemente la brisa marina mientras cerraba los ojos. La última vez que había ido a la playa, fue una noche cuando el recuerdo de lo sucedido con sus padres no la dejaba dormir. De eso ya habían pasado un par de meses.

-¿Y bien? –Preguntó el chico rompiendo el silencio –ya estamos aquí, ahora ¿qué te gustaría hacer?

Flor pensó un rato… ¿qué es lo que las personas normales hacen cuando van a la playa? Miró hacia los al rededores para darse ideas. Se encontró con unos niños haciendo unos castillos de arena, gente sentada contemplando las olas, personas trotando y personas jugando. Ante tantas actividades, y tan poco tiempo que quedaba, Flor no estaba segura si alcanzarían a divertirse. Estaba por proponer otro lugar cuando el muchacho habló nuevamente.

-Lo primero es pisar la arena, ¿no crees?

Dicho esto, se comenzó a sacar los zapatos y calcetines, a subirse el pantalón y a correr hacia la suavidad. Flor sólo miraba sin estar segura de qué hacer.

-Tu turno –dijo el chico con una cara de felicidad, felicidad que le provocaba el sentirse libre.

La muchacha miró sus pies, y se inclinó para sacarse los zapatos, en el momento justo en que unos hombres pasaban por detrás. Le silbaron y dijeron unas cuantas obscenidades ocultadas como “piropos”. Flor se levantó rápidamente y puso sus manos atrás, como cubriendo su cuerpo. Con una cara avergonzada, se dio la vuelta y con voz insegura dijo: -Mejor nos vamos.

Max se encontraba molesto, detestaba que miraran a las mujeres como objetos, en especial a Flor. Se acercó nuevamente a ella, la tomó de la mano y la llevó a una banca.

-Ahora sí -dijo -puedes sacarte los zapatos tranquila.

La chica obedeció, se descalzó tranquilamente, y en cuanto estuvo lista, miró hacia el chico quien le observaba.

-¡Bien! ¡Vamos! –Gritó de repente, y jalándola del brazo, la obligó a pararse y a correr hacia la arena.

Flor sintió sus pies enterrándose en la tibia arenisca de la tarde, sintió la brisa marina golpear delicadamente su cara, y sus ojos aun incrédulos de la situación se fijaban en la espalda del muchacho, mientras en su cabeza pasaba la pregunta “¿cómo es que solo una persona, en solo unos días, ha logrado cambiar mi inútil vida?”.

Max la llevo directamente hacia el mar, Flor no se dio cuenta en que parte estaba hasta que sintió la arena húmeda y el agua fría chocar contra sus pies. Solo ahí, el chico detuvo su carrera.

-¿No te parece mágico? –Habló este –la playa, el mar, la arena, la brisa…

-Las pulguitas –interrumpió Flor.

-Sí, las pulguitas –repitió el chico atontado, y dándose cuenta de lo que había dicho preguntó extrañado mientras se daba la vuelta -espera ¿Pulguitas?

-Las pulguitas marinas, las de la orilla… -dijo Flor tranquilamente apuntando hacia la arena.

-Ve-verdad que estaban esas “cosas” –comentó Max con una cara que mezclaba el asco con el susto.

-Sí –respondió la chica –son tan lindas, pequeñas y saltarinas. A mí me encanta atraparlas y construirle castillitos o pozas de agua, ¿sabías que vienen del mar? Son perfectamente hermosas –terminó Flor sonriendo.

Flor MalditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora