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Narrador Omnisciente

Toronto, Ontario, Canadá. 13 años antes.

—Harley, mi amor, ¿dónde estás? —llamó la dulce señora Grier bajando por las escaleras.

Eran las 21:30 y la pequeña Harley ya debería estar en su cama durmiendo. Mañana era navidad y la traviesa niña pelirroja de cinco años de edad estaba escondida bajo el pino navideño y riendo bajo mientras comía un par de galletas que tomó del frasco de su madre.

La señora Grier fue hacia la cocina pensando que ahí estaba la pequeña, pero encontró la pista que la ayudaría a encontrarla: la sillita en la que jugaba Harley estaba al pie de la cocineta sobre un banco. Cerca de ésto, sobre el mueble, estaba el frasco de galletas caseras abierto; así que, en ese momento, la madre de Harley caminó hacia el árbol de Navidad con cierto sigilo.

—¿Dónde estará mi bebé? —inquirió al ver el piecito de su hija, quien reía creyendo que aun no la encontraba, de repente la madre cargó a su hija—. Ay, aquí está mi pequeña y traviesa Comegalletas —la niña reía más fuerte mientras mordía su última galleta—. ¿Qué haces aquí, mi amor? Deberías estar durmiendo en tu camita.

—Esta vez voy a atrapar a Santa.

—Oh, ¿quieres atrapar a Santa Claus?

—Sí, voy a ver qué me va a traer de regalo.

—Pero, mi amor, aunque quieras atraparlo, los regalos llegan envueltos.

—¿Es de verdad?

—Así es, cielo.

—Ay —la niña de ojos muy azules bajó la cabeza algo desilusionada.

—Oye, ¿te digo un secreto? Este año Santa te traerá tu regalo, como en los años pasados.

—¿Cómo sabes eso? ¿Y si falla esta vez?

—Imposible, mi amor, ¿te digo por qué? Porque yo hablé con él y me dijo que te vio haciendo tu carta, ¿la acabaste y la pusiste en el árbol?

—Sí —alargó la niña mirándola con emoción, ilusión y un brillo en los ojos—, aquí está —señaló junto a ella.

—Entonces ya la leyó, ya pasó por aquí y esta noche te dejará tu regalo; por eso no debemos interrumpirlo, debe ir a más casas.

—De acuerdo. ¡Mi mami conoce a Santa Claus! —la niña saltó emocionada en los brazos de su madre.

La señora Grier reía, amaba tanto a su hija, ella siempre llenaba de gozo su corazón.

—Ven, mi amor, vamos a que duermas.

La dulce madre subió con su hija en brazos, entró al cuarto de su princesita y la recostó en su cama. Luego le puso su gorrito de dormir, la cubrió con las frazadas y besó su frente después de apagar la lámpara.

—Buenas noches, mi cielo —se despidió.

—Cántame una canción, mami.

—¿Una canción? Está bien.

La madre de Harley pensó cuál cantarle, así que escogió el villancico favorito de su hija. Mientras la dulce mujer cantaba, la niña fue quedándose dormida por los cánticos suaves de su mamá. Al caer en un sueño profundo, volvió a besarle la frente y acercó más el osito de peluche, el señor Peter, a su nena. Bajó las escaleras de nuevo para ir por la carta de su pequeña, se sentó en el sillón y la leyó.

"Querido Santa:

Este año quiero que me traigas un hermanito con quien jugar, que me ayude a robar las galletas de mi mami y sea mi compañero de mis patoaventuras. Eso es todo. Y que papá ya no trabaje mucho para que esté más tiempo con mi mami y conmigo. No me gusta que mi mami llore por eso.

Adiós, Santa.

Harley"

El corazón de aquella bella mujer se rompió, las lágrimas bajaron por sus mejillas y abrazó la carta apretándola en su pecho. Miró los tres pequeños peluches colgados en su árbol, eran tres hombrecitos de nieve; pero no eran un adorno solamente, significaban más que eso: eran los tres hermanitos de Harley que no pudieron nacer.

—Andrea, ¿estás aquí?

Inquirió el padre de Harley descendiendo por las escaleras, la antes mencionada mujer guardó la carta rápidamente y su esposo apareció frente a ella. Él pudo notar que su esposa yacía llorosa y con los ojos rojos.

—¿Qué sucede?

—Na...nada, Anthony —respondió secándose las lágrimas.

—¿Estás segura? Una mujer hermosa no llora sin razón.

—Estoy más que... segura. Ven, vamos a dormir.

La mujer tomó la mano de su marido y subieron a dormir a su habitación. Aquella carta jamás fue leída por Anthony, sólo por Andrea; sin embargo, aquello se llevó un precio muy alto.

Laguna Beach, California (Estados Unidos)

A la mañana siguiente

—Mi carrito correrá más rápido que el tuyo, Sam —dijo el pequeño niño de ojos verdes.

—No es cierto, Connor, correrá más rápido el mío porque es de color rojo.

—El mío es verde, como mis ojitos, y yo corro tan rápido como un carro de carreras —aseguró el hermano menor de Connor.

—Hagamos una competencia —sugirió el niño de ojos azules.

—Sí —contestaron Dylan y Connor entusiasmados.

Jugaron carreras casi toda la mañana del 25 de diciembre con sus carritos nuevos que habían recibido de regalo. Las familias Brashier y Dameshek mantenían una amistad sólida desde hace más de diez años y habían hecho tradición, desde que nacieron sus hijos, de visitarse por la mañana del 25 para que sus pequeños se hicieran amigos y pudieran jugar juntos.

Esa mañana, en Toronto, la familia Mendes desayunaba un delicioso pastel que habían refrigerado el día anterior. El pequeño Shawn cargaba en sus brazos a su hermanita Aaliyah, una bebé que tenía meses de nacida; su madre, Karen, le daba de la rebanada de pastel a su hijo; Manuel, el papá, platicaba con sus suegros, sus padres y sus hermanos. Camilla, Tatiana y las demás primas veían una película animada de Navidad mientras comían pastel y abrazaban sus muñecas nuevas.

Ese 25 de diciembre, la pequeña Harley había sido feliz con su regalo; a pesar de no recibir lo que esperaba, disfrutó mucho su obsequio: un cascanueces de juguete, unas zapatillas de ballet y un bebé de juguete que, en el paquete, incluía una cobijita, un biberón y un cambio de ropita.

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Iniciamos esta historia ♥

The Decision (Shawn Mendes, Connor Brashier)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora