Capitulo 11

5 1 0
                                    


Habían pasado tres horas, y el piso de madera continuaba con manchas de sangre. Era la cuarta vez que Oliver limpiaba a detalle, utilizando un estropajo y un líquido mezcla de amoniaco con cloro que ya le había dejado la piel de las manos pálida y agrietada. Mientras tanto, don Alberto iba y venía de la cocina, preparaba pasta, horneaba las pizzas, y después salía a la calle para entregárselas al repartidor; apenas sin tener tiempo de respirar o de descansar. Pues la reciente e inesperada promoción de dos por uno, puesta bajo el letrero de la entrada y con la leyenda "Solo en servicio a domicilio" fue mejor recibida de lo que él había pensado, pero funciono exactamente como lo imaginó. Ya que el aroma nefasto de los restos carbonizados del pandillero, se escondían perfectamente en el aroma a masa cocida, peperoni asado, pasta quemada y el carbón de leña que salía por la chimenea de la cocina, ya nada quedaba de él, salvo las pocas manchas de sangre que aun pintaban el suelo.

Cuando el reloj en forma de queso chedar, colgado justo a un costado de la puerta de entrada de la cocina, marcó las diez de la noche en punto, se abrió una compuerta en el centro del queso, y salió un ratón mecánico con una escoba. El roedor comenzó a mover los dientes, y un sonido muy similar al que haría uno real comenzó a sonar cada cinco segundos.

-¿Qué hay con ese reloj?- Preguntó Oliver con gracia y sin dejar de verlo.

-¡La respuesta te importa un pepino cabrón! – Respondió enojado el anciano- Si no hubiera sido por todas las pizzas que hice, los vecinos hubieran detectado el aroma de la muerte. Y de haber sucedido así, tú ya estarías muerto y yo en la cárcel. ¿Me entiendes? Así que no vuelvas a preguntarme nada, tú opinión no tiene valor aquí. Ahora lárgate, toma tú maldita información y vete a la chingada, que ya son las diez de la noche y tengo una familia.- Oliver se levantó del suelo, y saltó unos pasos hasta llegar a sus muletas, luego avanzó hasta una de las mesas redondas de las orillas del restaurant y tomo una usb negra que estaba arriba.

-¡Gracias! – Le dijo a don Alberto.

-Gracias mis huevos pendejo. Lárgate ya, espero no volverte a ver

A pesar de todos los insultos, Oliver permaneció apacible y con una sonrisa. Si don Alberto no hubiera querido ayudarlo, hubiera dejado el cuerpo donde estaba, y se hubiera deslindado de todo hablando con la policía y mostrándole el video de la cámara de seguridad. Sin embargo, se deshizo del cuerpo y gasto sus energías en limpiar la zona. No era exactamente un amigo, pero Oliver sabía que podía confiar en él. Ya no dijo nada, y caminó hasta la puerta de entrada para que la campanita anunciara su salida.

Afuera soplaba el viento con fuerza, y después de acostumbrarse al momentáneo calor de la cocina, su percepción de la baja temperatura era mucho más intensa de lo que realmente era. Sin forma de poder menguar el frió, sopló algunas veces sobre la palma de la mano, y sin poder controlar el repentino temblor de su cuerpo, sacó de la bolsa relojera de la bermuda el papel doblado en el que Karen le anotará su dirección, la única opción que tenía. Paseo Rio Lerma #830

-Menos mal que aun recuerdo algunas calles –suspiró-. Pero con muletas, será una caminata muy pesada.

Lo bueno de una ciudad pequeña, es que las distancias largas no son tan largas, sin embargo, los caminos no siempre conectan y hay brechas en las que se interpone algún baldío, o un edificio abandonado, lo que a su vez conlleva a encontrarse con pandilleros, y otros tipos de gente igual de peligrosa. Las Águilas, pensó Oliver. Recuperado y con libertad de movimiento, no representaría un problema tan grande. No obstante, herido, cansado, y superado enormemente en números, sería imposible salir con vida en caso de un enfrentamiento contra ellos. Volvió a suspirar, y sin otra cosa que poder hacer, inicio con su andar. No era tanto, solo tenía que recorrer casi nueve kilómetros... en muletas.

PitchWhere stories live. Discover now