Capitulo 10

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Oliver salió de la casa del migrante, y vio por primera vez en una semana el cielo del atardecer, para su sorpresa entintado de rojo y amarillo. Permaneció sobre la aldaba de la entrada, respirando el aire fresco que tanta falta le hacía, y después de un momento de paz, volvió a caminar hacía la vía pública. Bajó las escaleras, y comenzó a recorrer el mismo camino que anteriormente había subido junto a Peste, mientras estaba inconsciente. Los pandilleros y prostitutas continuaban ahí, vendiendo droga los unos, y muerte en forma de sexo las otras. Oliver camino sin inmutarse por lo que veía, cosas más desagradables había visto en las esquinas de algunas calles en Los Ángeles. Pero si como vagabundo no llamó la atención de todo ese grupo, limpio y con la ropa que a hora traía puesta vaya que lo hizo, pues mientras caminaba, dos mujeres se acercaron para cerrarlo el paso. Oliver suspiro, con la vista clavada en el suelo.

-¡Hola chulo! –dijo una de ellas, la que tenía el pelo tan largo como las espinas indefensas que protegen a los cactus; dos arracadas en cada oreja, además de una minifalda sucia, y una blusa tan holgada que no le cubría sus escasos pechos. La otra mujer, de pelo rubio hasta la espalda, pantalón de mezclilla, y una blusa escotada, se coloco atrás de él, y comenzó a hurgar en cada una de las bolsas de la bermuda. Al no encontrar nada puso sus manos sobre los glúteos de Oliver y no dudo en apretar con toda su fuerza.

-¡Hay papi! Estas bien nalgón, mi wero hermoso.

-Deja de jugar pinche flaca –regaño la mujer que estaba frente a Oliver- ¿Trae algo?

-Nada Perla, están vacías sus bolsas, no trae ni una servilleta.

-¿A sí guapo? ¿Qué no traes nada? –Perla se acerco hasta quedar pegada a Oliver y le agarró la entrepierna con la palma abierta- Estás pitudo mijo –Oliver se sonrió ligeramente con lo que estaba sucediendo- Dame doscientos pesos y dejo que me la metas aquí mismo. La neta nunca me he cogido un wey en muletas.

-Pero no trae nada Perla –dijo burlonamente la flaca- el turista está bien quebrado.

-Tú cállate pendeja, que la oferta es para él. O es más, para ti es gratis papi. Sácate la verga para mamártela.

-Lo siento señoritas –habló Oliver después de un rato de permanecer en silencio-, pero no tengo tiempo para eso. Quizá en otra ocasión.

-¿Me estás rechazando hijo de puta?- Perla lo empujo con todas sus fuerzas y luego le escupió en la ropa.

Los pandilleros, que fumaban en la otra jardinera, vieron lo que estaba sucediendo y se acercaron curiosos.

-¿Todo bien Perla? -preguntó un sujeto con un quince tatuado en toda la cara, y tras él otros cuatro- ¿Es cliente suyo o trae bronca el amigo?

-Es un pendejo Johnny –gritó Perla enojada- El muy bastardo se dio el lujo de rechazarme.

-Además no trae nada –agregó la Flaca- sus muletas son lo más valioso que carga.

-Hey wero ¿Qué pedo contigo? –preguntó Johnny de forma amenazante,- Si no traes dinero para consumir, ni para pagar tu cuota de paso, ¿A qué vergas vienes aquí? ¿Quieres unos piquetes en el estomago? –se acercó hasta que su frente choco con la de Oliver, mientras que el resto de pandilleros se avecinaron para rodearlo- ¿O de plano eres muy vergas?

Oliver se hizo unos pasos para atrás, y se percato que el pandillero tenía el tatuaje de un águila con las alas rectas apuntando al suelo, a un costado del hombro izquierdo. El mismo tatuaje que David tenía en la muñeca de la mano izquierda.

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