Capítulo 20

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-Me dan lástima -admitió Gaston ya en la limusina—, pero sé que habrían encontrado alguna manera de ponernos en evidencia.

-Bueno, ahora ya estamos a salvo -dijo ella acurrucándose a su lado.

El viaje hasta Francia fue largo y aburrido. Ninguno de los dos consiguió pegar ojo, así que estuvieron charlando y leyendo. Afortunadamente, el camino desde el aeropuerto al hotel fue mucho más rápido y relajado. Sin embargo, cuando el botones abrió la puerta de su suite, no pudo contener la risa. Allí encima de la cama estaba el regalo cortesía de los hermanos Vietto: dos enormes muñecas hinchables, una mujer castaña y un hombre de pelo negro, y a su alrededor cientos de rosas de todos los colores sin espinas.

Gaston le dio la propina al muchacho, que apenas podía mantenerse en pie del ataque de risa que le había dado, y entró en la habitación. Malena ya había empezado a retirar las muñecas y las rosas con lágrimas de felicidad en los ojos.

-Ya verán cuando alguno se rompa un hueso -dijo ella en tono vengativo pero sin dejar de reír—, aunque solo sea un dedo... Les voy a poner una escayola de cuerpo entero.

Gaston se acercó hasta ella y la agarró por la cintura.

-Y yo te ayudaré —prometió dándole la vuelta para que lo mirara, antes de añadir en tono seductor- Pero no ahora, preciosa. Ahora tenemos otras cosas que hacer.

Por mucho que hubiera leído sobre el tema, aquello estaba completamente alejado de sus experiencias personales.

Gaston la desvistió muy despacio, mientras le besaba cada centímetro de piel que iba dejando al descubierto. Parecía estar dispuesto a dedicar la noche entera a excitarla poco a poco y lo consiguió de tal modo que a veces Malena oía gemidos de placer y le costaba darse cuenta de que procedían de su propia boca.
En una de las vueltas que dieron sobre la cama, arrastrados por la pasión, fueron a parar a la alfombra que cubría casi todo el piso de la habitación.

-¡La cama! -susurró ella temblorosa de deseo todavía sin satisfacer.

-No te preocupes, cariño, que seguirá ahí cuando hayamos terminado —contestó él casi sin aliento después de haber estado besándole los pechos—. ¡Me encanta que hagas eso! —le dijo cuando ella le bajó la cabeza para que continuara con lo que estaba haciendo.

Después fue ella la que reconoció cada centímetro del cuerpo de Gaston, que cada vez estaba más pegado al de Ella. Sus movimientos fueron aproximándolo más y más hasta que, con extrema delicadeza, entró dentro de ella. Sus bocas también estaban pegadas, con lo que Gaston recibió entre sus labios el débil grito de dolor que ella lanzó al perder la virginidad. Fue solo eso, una décima de segundo, porque después de eso empezó a relajarse y a disfrutar como nunca lo había hecho y ni siquiera había podido imaginar.

Se agarró de sus fuertes hombros y movió las caderas al ritmo que le marcaba el instinto. Podía sentir al hombre que amaba en todas las células de su cuerpo, quería mirarlo, compartir con él el placer que le estaba proporcionando.

El mismo instinto fue el que le hizo clavarle las uñas en la espalda y gritar cuando alcanzó un climax que le hizo sentir una especie de deliciosas descargas eléctricas desde la cabeza a los pies. Era como si tuviera un huracán dentro del cuerpo.
Las manos de Gaston se aferraron a sus caderas y entonces ella fue consciente de su respiración y lo vio alcanzar la misma cima que había alcanzado ella, con un gruñido de placer.

-¿Estás bien? —le preguntó cuando acabó la convulsión.

-Me... muero.

-¡Gaston!

Se abrazaron con fuerza mientras se recuperaban.

-Nunca había sentido algo así, señora Vietto –le susurró al oído—. ¡Acabas de hacerme un hombre!

-¿En serio? —le preguntó con una risilla.

-Al menos esa es la sensación que me ha dado -le explicó sumergiéndose en su mirada-. Me alegro de que hayamos esperado y espero que tú también.

-Claro que sí -dijo acariciándole la boca enrojecida-. Ha sido... ¡glorioso!
Al decir aquello escondió el rostro en su pecho en un gesto de timidez.

-Sí, señor, glorioso -estuvo de acuerdo él-. Nos hemos caído de la cama.

-Yo pensé que nos había tirado... el huracán.

-¿Un huracán? Tienes razón, eso es lo que ha sido.

-Tengo mucho sueño, ¿es normal? -le preguntó mientras recibía con deleite la ternura de sus besos.

-Sí, pero no puedes dejarme así. Soy tu flamante esposo, no puedes dormirte en cuanto te hayas quedado satisfecha... ¿Me oyes, Malena? ¿Malena?

Era inútil. Se había quedado profundamente dormida, rendida después de la boda y de su primera noche de pasión. Gaston se quedó allí observándola mientras dormía. Había sido una estupenda noche de bodas, aunque ni siquiera habían esperado a que se pusiera el sol.

Cuando se despertó, tenía puesto un camisón y estaba en la cama arropada hasta el cuello. Gaston estaba tomándose el café recién hecho y curioseando la comida que el servicio de habitaciones había traído en fuentes de plata.

— ¿La cena? —preguntó Malena incorporándose en la cama.

-Sí, ven y come algo.

Al salir de la cama, tardó en darse cuenta de por qué se encontraba un poco rara. Se sentó a su lado y miró las fuentes.

-¡Marisco! -descubrió encantada-. Mi comida preferida.

—La mía también. Pruébalo, preciosa -se acercó un poco más a ella y la besó con suavidad antes de reírse malévolamente—. Va a ser una noche muy larga y muy bonita.

Y así fue.

Regresaron al rancho después de unos maravillosos días durante los cuales no se separaron el uno del otro. Al llegar descubrieron la casa desierta y una nota firmada por Michael.

Adiós, mundo cruel. Me he quedado sin galletas y, como así no puedo continuar, he decidido ir a secuestrar un cocinero o a mendigar galletas puerta por puerta. Si fracaso, me tiraré al río.

P.D. Felicidades, Malena y Gaston. Espero que les haya gustado nuestro regalo.

Besos, Michael.

-Creo que tenemos que encontrarle una novia -sugirió Malena, adoptando la mentalidad de los Vietto.

-Me temo que a Michael vamos a tener que llevarlo al altar a rastras. Por muy desesperada que esté Jazmín por casarse con él.

-Jazmín es muy guapa -comentó ella recordándola cuando agarró su ramo de novia.

-Y es encantadora, pero no sabe ni hervir agua -matizó Gaston —. Si se casa con ella, no volverá a comer galletas. Además, ella no es lo bastante madura para él.

—Pero podría cambiar.

-También podría cambiar él, pero ninguna de las dos cosas son muy probables, preciosa -le hizo reconocer al tiempo que la besaba en los labios-.Bueno, aquí estamos, en casa y solos. A ver si adivinas qué me gustaría que hicieras en este instante -le susurró al oído.

— ¿NO tendrá nada que ver con harina, leche, aceite y un horno bien caliente?

— ¡Cariño! —exclamó fingiendo estar indignado al tiempo que la levantaba en brazos.

—Entonces, ¿hasta qué punto llega tu desesperación por conseguir galletas?

-Te lo voy a demostrar —le dijo riéndose. Tuvieron que pasar bastantes horas hasta que Gaston obtuviera sus ansiadas galletas. Antes había muchas otras cosas que debían hacer unos recién casados como ellos...

Fin 💕
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ESPERO QUE LE HAYA GUSTADO, Y LES PIDO PERDÓN POR TARDAR TANTO EN ACTUALIZAR.

Lejos del MatrimonioWhere stories live. Discover now