Editado*
Aquí estoy, acostada en mí cama, con mí hermano de ocho años y con la televisión a todo volumen para qué él no escuche los gritos de mis padres. No le presto atención al programa porque mi mente divaga en aquellas otras voces, atando clavos sueltos, pegando las piezas faltantes a ese rompecabezas; mis padres.
Después de dos años, a mis catorce años, sigo siendo responsable del cuidado de mí hermano y vengo a comprender muchas cosas. Los gritos, los días de ausencia de mí padre en la casa, las noches desoladas de mí madre, sus llantos, y las preguntas que nunca, ninguno de los dos se atrevió a responderme.
Suspiro y giro a ver a mi hermano. Se ha dormido. Acaricio su rizado cabello castaño, envidiable para mí, que siempre había querido así el mío, pero también agradecida de hermoso alaciado con pocas ondas. Cubro su pequeño cuerpo con mí manta y me siento en la orilla de la cama, apagando la televisión y la luz del cuarto, bajo las escaleras.
Los gritos han cesado. Me detengo de camino a la cocina al escuchar sollozos en la sala. Doy vuelta y retomo mí caminar.
Encuentro a mamá en uno de los sillones, con las piernas pegadas al pecho y el cuerpo sacudido en llanto, al mismo tiempo que sus sollozos se hacen más fuertes.
—Mami... —Con pasos pequeños me acerco a ella. Pongo las manos en el reposabrazos del sillón y vuelvo a llamarla.
Ella levanta la mirada, permitiéndome mirar su rostro; sin maquillaje, con los ojos llorosos, la boca seca y el rostro rojizo. Levanta su mano y bebe de la botella, supongo algún alcohol muy fuerte, por el olor, que tenía escondida en su regazo.
—¿Qué quieres? Ve a dormir. —Balbucea con dolor.
—Mamá, no me iré a dormir si tú no lo haces...
—A mí no me pones condiciones, niña, ¡lárgate de mí vista! —su grito no me ha asustado, es algo a lo que me he acostumbrado.
Me señala y vuelve a beber de la botella. Actitud que he odiado, por lo que, con la mano temblorosa, tomo valor y le arrebato la botella.
-—No puedes tomar así, mamá, deja de llorar por papá. ¡Entiende que ya todo se acabó, no puedes hacer nada!
Y ahí, en medio de la sala, se escucha el eco que hace el golpe de la mano de mí madre contra mí mejilla izquierda.
—No... —puedo escuchar arrepentimiento en su voz, pero no lo hace, no se arrepiente—. No vuelvas a hablarme así, soy tú madre y me debes respeto.
Retengo las lágrimas y parpadeo para no dejarlas caer ante el dolor sentimental, que quema aún más que el dolor físico de su bofetada. Vuelvo a verla.
—Si no te tienes respeto tú misma, ¿por qué yo debo de tenértelo? —Su mira estaba llena de furia y caminó a mí con la intención de volver a golpearme. Sin embargo, el ruido de la puerta de entrada siendo abierta la interrumpe.
—Qué bonita y hogareña casa. —La voz grave del hombre, nos hace voltear.
—Julio, ¿qué haces aquí? ¿Qué sucede? —Mamá empieza a alterarse al ver a varios hombres entrar y sacar los muebles de la casa.
—No sucede nada señora Coux, y no va a suceder, ya que, cómo ve, están desocupando mí nueva casa. —El hombre le da una sonrisa cínica y mamá se acerca a papá, quien se mantiene serio sin decir una sola palabra. Es cuando el señor se da cuenta de mí presencia.
Me molesta su mirada, me provoca asco, por lo que giro a otro lado a mirar mientras escucho a mi madre pedir explicaciones.
—¡Alto! —Su orden es acatada por los hombres que tomaban las cosas, dejándolas en su lugar y ellos mismos quedándose a un lado.
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Una vida diferente |Editando|
RandomUna vida diferente es un libro que duele, crudo y fuertemente apasionado desde varios puntos de vista. La pasión se absorbe entre la historia de amor de los protagonistas, pero también de algunos momentos en los que la violencia reina. *No pretendo...