Capítulo III

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Alexa dijo intencionadamente:

—Nunca entendí lo que los unió a ustedes. Reconozco que tiene atractivo, pero en su interior debe ser un bloque de piedra.

—Fue una de esas cosas que pasan —suspiró Jane.

—¿Cómo se conocieron? Nunca lo supe

—Me tropecé con él... en la calle.

—¿Y te pidió una cita? No lo creo... ¿Hizo eso Christopher Evans?

Jane se rió.

—Hizo que pareciera muy razonable. Me tiró al suelo e insistió en invitarme a una copa para que me repusiera del choque.

—Eso es propio de él. ¿Y una cosa llevó a otra?

—Nos casamos tan rápido que casi no supe lo que sucedía —confesó Jane.

Chris era un extraño, su mundo era completamente diferente para ella. Él a su vez no conocía nada del ambiente alegre y bohemio de ella, pero estaba tan loca por él que casi no se dio cuenta cuando tranquilamente la apartó de sus amistades. De todas maneras, durante mucho tiempo no necesitó a nadie más que a él. La luna de miel duró cuatro meses y su idílico aislamiento los hacía dichosos. Jane comenzó a sentirse sola y a darse cuenta que extrañaba a sus amigos cuando Chris volvió a su trabajo y se apartó de ella.

—La gente todavía se pregunta cómo te esfumaste. Desapareciste sin dejar huella.

—Eso es lo que hace el matrimonio.

—A mí me parece que tu depresión se debe a algo más que a la pérdida de tu hijo.

—Nunca supe estar sola.

—Cuando yo te conocí eras toda fuego —dijo Alexa cálidamente—. Animada y vivaz. Nunca debiste dejar tu carrera.

—Eso fue lo que él quiso.

—¡Qué egoísta!

Jane respiró y se levantó para marcharse.

—Tomaré un taxi hasta su despacho. Seguramente estará en el juzgado, pero veré a Withers.

—¿Withers?

—Su ayudante. Es una persona amable —Jane miró a su alrededor—. ¿Puedo telefonear para que manden un taxi?

—Yo te conseguiré uno —dijo Alexa.

Jane se despidió cuando llegó el taxi

—No olvides. Espero verte esta noche. Habrá personas que conoces y otras que no. Será una bonita fiesta.

En el taxi, Jane ensayó la forma de decírselo a Chris mientras se retorcía los dedos con nerviosismo. Pensó que le tenía miedo y eso la hizo acobardarse. Admitió que su sentimiento de temor aumentó con el tiempo.

El caos del tránsito de West End disminuyó cuando entró a la ciudad. Los bloques de oficinas y torres daban paso a la piedra gris del Lincoln Inn Fie Id, los árboles y flores de los jardines alegraban el cielo. El taxi se detuvo fuera del edificio donde Chris tenía el despacho. Pagó al chófer y alzó la vista hacia las ventanas.

Respiró hondo. Seguramente estaría en el juzgado, pero ella le dejaría una nota diciéndole que no fuera a casa sino que la esperara en el despacho. Withers no estaba en su oficina. Una muchacha vestida de rojo escribía a máquina con cara malhumorada. Miró a Jane con mala cara.

—¿La puedo ayudar?

—Quiero hablar con el señor Withers.

—Regresará enseguida —le dijo la chica y volvió a su trabajo sin sonreír.

Celos que matan | Chris EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora