—Tom, me doy cuenta que debe de parecerte inexplicable, pero cuando te vea te lo explicaré lo mejor que pueda.
—Sólo una pregunta, cariño —dijo Tom en forma desagradable—. ¿Pasaste la noche con él?
En ese momento supo que todo se decidiría por la forma en que contestara y los segundos que pasaron antes de contestar le parecieron un siglo. Nunca tuvo la habilidad de pensar con rapidez, pero en ese momento lo hizo con terrible claridad.
—Sí —dijo por fin. Tom le colgó el teléfono de golpe.
Ella podía haberle dicho entonces toda la verdad, haberse tomado su tiempo en decidir. Era lo que intentaba hacer. Todavía no estaba segura a cuál de los dos prefería, pero algo en su naturaleza se inclinó hacia el torturado y celoso carácter de Chris, en parte porque en el fondo de su corazón sabía quién de los dos la necesitaba y deseaba más.
Se puso una bata cómoda. La había tenido durante años, era de angora beige y estaba gastada por el tiempo. Chris la llamaba su «bata de conejito» y aunque tenía otras más bonitas y más favorecedoras, a veces se le antojaba usar ésta.
Chris estaba en la cocina, las persianas estaban levantadas y dejaban ver el jardín mojado por la lluvia. Observaba el colador del café con la expresión dura.
Miró a su alrededor cuando ella entró en la habitación.
—Miré las provisiones... Hay huevos pero no tocino. En cambio hay mucho pan.
—¿Entonces huevos pasados por agua? —preguntó ella tranquila.
—Si quieres.
Sacó las tazas para los huevos con sus llamativas flores, los manteles individuales de paja y las servilletas haciendo juego. Chris la observaba mientras se movía rápida y segura.
—¿Qué dijo Williams? —preguntó por fin en un tono frío.
—Poca cosa —dijo dejando caer los huevos en el agua hirviendo.
—¿Estaba celoso? —Chris parecía malicioso; había burla en la voz.
Ella le miró y él desvió la mirada ruborizándose.
—No le gustó mucho —admitió.
—Pero, ¿Le dijiste que no había pasado nada? —preguntó entonces furibundo—. ¡Por todos los cielos!
—¿Uno o dos huevos?
—Uno.
Durante el desayuno le preguntó:
—¿Dónde compraremos el apartamento de Londres? ¿Tienes algún distrito favorito?
—Varios —le dijo él mirándola—. ¿Así que seguimos adelante? ¿Te vas a quedar conmigo?
—Creí que eso ya estaba claro.
—No mucho —cortó un pedazo de tostada y jugueteó con ella con la cabeza inclinada— ¿Por qué, Jane?
—Estamos casados.
—Tenías planes de divorciarte de mí.
—Cuando pensé que querías a otra persona —le explicó.
—¿Era ésa la única razón?
—Oh, sí. En eso soy como tú, Chris. No te comparto con nadie.
De pronto preguntó:
—¿Con quién pensabas que me veía? Debes haberle dado un nombre a la otra mujer.
Su curiosidad despertó de repente y ella instintivamente sintió que sería mejor no satisfacerla. Sonrió para sus adentros, sabiendo que no quería que Chris fuera consciente de Linda Blare, para que no pensara en ella en ese sentido.
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Celos que matan | Chris Evans
Romantizm¿Cómo era posible que la pasión compartida en los primeros meses de su matrimonio se convirtiera de pronto en un frío resentimiento? Poco tiempo después del matrimonio, Jane Lowell y Christopher Evans comenzaron a tener serios problemas. Tal vez nun...