Capítulo IX

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Cuando se quedó acostado de nuevo a su lado, respirando con fuerza, Jane se levantó, se duchó y se volvió a vestir para irse. Él estaba en la puerta, silencioso y ella le desafió con la mirada; le vio acobardarse como si le hubiera golpeado.

—Nuestro matrimonio fue un error monumental. No estábamos hechos el uno para el otro. Tú ni siquiera querías hijos. Todo lo que quiero ahora es olvidar que exististe alguna vez.

—Muy bien. Mi abogado se pondrá en contacto con el tuyo si me mandas su nombre.

—Le mandaré el nombre a él.

Cuando se iba, él le dijo:

—Te daré una pensión. No quiero que vivas en la miseria mientras consigues trabajo.

—No. No quiero un centavo de ti —luego dijo deliberadamente—. Jake se encargará de mi.

Salió en silencio y cuando la puerta se cerró a sus espaldas, sintió como un eco extraño en su interior, como si la casa fuera una concha llena de sonidos del pasado y su mente hubiera pescado ese lejano murmullo de la voz apasionada del Chris de hacía mucho tiempo, cuando se amaban y su felicidad parecía duradera.

¿Cómo se había agotado ese amor? ¿Lo hubieran podido evitar luchando los dos con más fuerza? ¿Fue culpa de ella? ¿O de él? ¿O de ambos? ¿Contribuyeron los dos a la destrucción y muerte del amor?

Ella iba en el tren, sentada como una estatua blanca y pensaba en el hijo que se malogró. Quería tener ese hijo que era parte de Chris y parte suya, una vida nacida de sus vidas, algo tan suyo que ella misma hubiera amado tanto. Chris no lo quiso y aunque fue amable con ella cuando lo perdió, jamás le dijo que sentía que lo hubiera perdido. Eso los separó los últimos seis meses y ella pensó entonces que ya no podía hacer nada que le doliera más. Se equivocó. Él se enamoró de otra mujer y tal vez la separación de los últimos seis meses ayudó a aumentar la atracción por Linda Shepard, así que podía ser culpa de ella. Ya no sabía ni le importaba.
Porque pensó que ese día, el había matado su amor. La pasión brutal que le mostró fue tan bárbara, que sólo podía pensar en él con temor y resentimiento.

A la mañana siguiente, Jane vio en la intimidad del baño las marcas que Chris dejó en su cuerpo y sintió rencor, más por las huellas mentales que físicas. ¿Cómo pudo hacerle eso? Sobre los hombros tenía varias manchitas rojas como ligeras quemaduras, pero eran las magulladuras las que llamaban la atención. Se le veían en los brazos, hombros y pechos y supo que tendría que ponerse algo que la tapara para ocultárselos a Alexa. Sería vergonzoso que alguien se enterara de lo que Chris le hizo. Se sentía víctima de una violación y ¿no fue eso lo que le hizo aunque era su marido? Lo que más le dolía era que la utilizó. Si lo hubiera impulsado una profunda pasión amorosa lo hubiera perdonado, pero lo que causó su cruel comportamiento fue la ira y se sintió humillada.

Ella era suya y el pensar que se había entregada a otro hombre no lo podía perdonar. La poseyó para grabarla con su propia marca, como si fuera una res.

Cuanto antes arreglara el divorcio, mejor.

Tom la miró de arriba abajo con severidad cuando la recogió para llevarla a la audición.

—No puedes usar eso —dijo sin más ni más.

—¿Por qué no?

—Paddy querrá ver algo de ti —dijo con insolencia.

Jane se sonrojó. El suéter de cuello alto y los jeans que usaba le parecían muy apropiados y ocultaban lo que quería ocultar.

—Soy actriz, no cabaretera.

—No pongas cara agria, querida —dijo Tom moviendo la cabeza. Tom miró el reloj—. Y bien, tendrá que servir. Ya es tarde y Paddy no va a esperar.

Celos que matan | Chris EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora