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-¡Dios! Cuando dijiste que ibas a traer todas tus figuras de acción porque eran tus bienes más preciados no creí que lo dijeras literalmente.-habló Ignacio llevando dos cajas sacadas de la camioneta que habían contratado para mover las cosas de Camila.

-Bah, no te quejes, vos insististe en que me venga contigo.-respondió intentando sonar indiferente, ocultando su rostro que era adornado por una genuina sonrisa.

-Ya te vi reírte amor, no te tapes.

Entonces Camila dejó las cajas en el suelo y se cubrió la cara completamente, el chico imitó la acción y se acercó ágilmente al pequeño cuerpo de la castaña pero cuando iba a quitarle sus brazos para poder observar y muy probablemente quedarse embobado ante (según el mismo) semejante obra de arte, ella lo esquivó y comenzó a correr. Ignacio no se quedó atrás, la siguió a menor velocidad, la podría alcanzar en un santiamén pero eso le quitaría lo divertido al asunto. La castaña corrió y corrió y cuando pensó que estaba salvada fue elevada del suelo por su par de brazos favoritos en el mundo, que funcionaban perfectos como cómodas almohadas y cálidas estufitas los días frescos, aunque, ¿para que mentir? La mejor almohada era el pecho de su novio y el palpitar calmado de su corazón.

-¡Bajame!.-exclamó intentando luchar, no se daría por vencida, tenía que llevarle la contraria y cubrir su rostro. Ignacio le hizo caso y la dejó en el suelo, entonces extrañó la sensación tan agradable de la que había sido víctima y exigió.- ¡No me bajes!.

Ignacio rodó sus ojos, que brillaban de una forma especial aquel día, aunque intentara mostrarse enojado o indignado no podía, su sonrisa lo arruinaba todo. Hacía lo que fuera, golpearse la mejilla, morderse el labio, intentar suspirar lentamente pero no podía, seguía ahi dibujada, imponiéndose.

Resopló, no podría ganar jamás frente a la felicidad y alegría que sentía en aquellos momentos, cargó a su novia y la giró en el aire un par de veces escuchando su risa y sus sonidos infantiles.

-Vamos Cami, faltan cuatro cajas y terminamos.-sonrió dejándola en el asfalto.

-Cuatro cajas y desempacar todo.-recordó.

-Si, decí que te acordaste de traerte tus estanterías, si no ni idea donde íbamos a meter todo esto.-señaló.

Ella asintió, no podía negarlo, había juntado esos pequeños muñecos de hacía años, comenzó a coleccionarlos a los doce y ya tenía diez y ocho.

Ya cansada de esperar y queriendo tirarse a la cama tan cómoda que tenían en la habitación corrió hacia adentro luego de cargar dos cajas, dejándole otras dos a un confundido chico que observaba como su novia corría por la vereda cantando felizmente y balanceándose al ritmo de aquella melodía improvisada que lejos de sonar rara se escuchaba agradable. Disimuló y grabó a la castaña, estaba seguro de que lo que cantaba ahora por muy incoherente que fuera le serviría a los dos más tarde.

Hicieron caras frente al espejo del ascensor, tomando algunas fotos para guardarlas en un álbum de recuerdo físico que probablemente hicieran en su primer aniversario de bodas, Ignacio se había imaginado como sería su casamiento una madrugada mientras se escondía debajo de las sábanas a tomar helado y ver esas películas baratas de amor que Lola le había pegado, porque si, cuando habían juntadas en la casa de su amigo Mauro ya ni siquiera bebían, se dedicaban a hacer una noche de películas de las cuales una de ellas siempre la terminaba eligiendo la rubia y como no, siendo extremadamente sentimental ponía filmes románticos pidiéndole al universo que su novio captara la indirecta de que ella esperaba que le propusiera matrimonio. Pero eso no pasaría aún, Mauro era demasiado lento para darse cuenta. Solo bastaría con que Lola se quejara con Camila para que ella fuera a reprender al pelinegro por no captar las señales. Pero ese era otro cuento.

Arrogant [Ecko]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora