ocho

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Mary lo miró un momento directamente a esos grandes ojos de un color que a ella le encantaba y que curiosamente también tenía aquella flor. Hizo el ademán de aceptarla, pero se retracto.

-No se ofenda, pero no acostumbro a recibir presentes de alguien que no considere un amigo y como habrá notado, tengo pocos de esos- le dijo la muchacha soltandole el brazo para tomar un distancia.

-Es una lástima que no sepa apreciar un presente y aun más que no me considere digno de brindarle uno. Pero comprendo su postura, aunque si soy honesto no la comparto- le dijo el Gran Sacerdote y se elevó un poco para alcanzar la cabeza de la muchacha.

La flor terminó convertida en una pinza para el cabello que sujeto un mechón de este que solía cubrirle el rostro a ratos.
Mary guardo silencio y le dió una mirada fría que no se podía interpretar de ninguna forma, luego continuó su camino ignorando que el acto del Gran Sacerdote atrajo bastantes miradas.

Daishinkan estaba algo decepcionado. Esperaba que ella rechazará el presente de una forma violenta como lanzandolo lejos o gritándole, en lugar se eso hasta pareció socegarla y se quedó con la piensa para el cabello. La siguió en silencio, pero no le quitaba los ojos de encima. Tenía sus pupilas clavadas en esa espalda cubierta por aquel cabello desordenado
abundante y quedaba la impresión le tomaba horas peinar.

Volvieron a la casa, pero antes pasaron a una tienda de víveres. Daishinkan se paseo por los pasillos mirando con curiosidad cada cosa. Por poco sale del local sin pagar una bolsa de malvavisco que a raíz del entusiasmo con el que los veía, Mary terminó por comprarle. Cuando el Gran Sacerdote extrajo uno de esos, lo sostuvo entre sus dedos alzandolo por encima de su rostro y comenzó a presionarlo sólo para verlo volver a su forma original, se le dibujo una ingenua expresión.

-¿Cómo se llama este singular alimento?- pregunto si apartar los ojos de el.

-Malvavisco...

-Son suaves y esponjosos, además dan algo de ternura. Me recuerdan algo- comentó sin dejar de jugar con el que tenía en la mano.

-¿Al Rey de Todo?- exclamó Mary y soltó una pequeña risa.

Daishinkan la miró y luego al malvavisco. Por un segundo le pareció ver al Zen Oh Sama entres sus dedos.

-Sí, creí que sí- respondió algo desconcertado.

Una vez en casa Mary se metió en la cocina, mientras Daishinkan se quedó parado en la sala comiendo esos alimentos que llamó "intoxicantes", pero no perdía de vista a la muchacha a la que vio tomarse el cabello en una cola de caballo, para luego comenzar a cortar algunos vegetales.

-¡Hey! No se quede ahí y haga algo útil ¿Quiere?

Daishinkan caminó hacia ella y poniendo las manos en su espalda se le quedó viendo, casi como esperando una orden. Se paró silenciosamente trás ella  y cuando Mary se dió la vuelta por poco se estrella con él.

-¿No le dije que hiciera algo útil?

-Sólo dígame qué hacer y lo haré...

-No tiene mucha iniciativa, al parecer- comentó Mary y él no parecío entender.

La muchacha lo empujó tomándolo por los hombros y lo saco al patio posterior.

-Nunca tengo tiempo de ordenar el jardín, hagalo por favor-le dijo y cerro la puerta tras él.

Daishinkan observó el lugar, junto sus manos y reapareció aún lado a la muchacha que por poco deja caer la bandeja que sostenía del susto que le dió.

-He terminado- fue todo lo que le dijo el Gran Sacerdote, sosteniendo esa sonrisa de niño bueno que a Mary tanto la molestaba.

-Lo felicito...

La menos pensadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora