Diecinueve

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Era extraña la mezcla de vulnerabilidad y exuberancia que brindaba un cuerpo desnudo a los ojos de quién lo mirase. Ella era pálida como una hoja de papel y a la luz escasa de una pequeña lámpara en el escritorio, dos metros más allá de la cama, su cuerpo adquiria una tonalidad fría. Aunque la de él parecía glacial. Habían llegado un punto que el Gran Sacerdote no sabía cómo definir exactamente. Pero él estaba ahí sentado, en esa cama estrella y ella sostenia una postura como de sirena en la orilla de la playa, apoyada en sus brazos. Así podía besar su cuello y soltar esa respiración ardiente sobre su piel que parecía irse cubriendo de un vaho tibio que destilaba una añoranza olvidada. La espalda de Mary era suave y estaba tensa. Cuando ese cuerpo terminó de caer sobre él, el contacto de sus pechos contra el suyo le inyectó una fuerte descarga eléctrica que le erizo lo piel. Después de un par de besos más húmedos y sonoros que todos los que habían sucedido hasta ese momento, completamente sometido a su anhelo, tomó una posición más cómoda para apoderarse de cada miembro de aquella mujer calurosa que lo estaba fundiendo. Entre las sábanas quedó sudor y más fluidos que se derramaron en las largas horas de aquella jornada con sinfonía de besos, gemidos, suspiros y esporádicas exclamaciones pasionales. La noche se extendió demasiado, pero no lo suficiente. El alba los encontró tendidos en la cama.

Él Gran Sacerdote la miraba dormir del otro lado del lecho. Se veía muy tranquila. Lo que pasó durante la noche no parecía haberle provocado ningún conflicto. A él tampoco, pero si sentía algunas cosas extrañas por decirlo de algún modo. Miraba sus manos mientras permanecía acostado allí. No sintió nada de lo que leyó, fue muy distinto. Ella fue muy distinta a lo que esperó también. Esas manos que miraba, como si en ellas hubiera una respuesta a la nueva pregunta, recorrieron una piel tan diferente a la suya, que ni siquiera él mismo se conocía. Eso era lo que lo dejó en ese estado de reflexión, pues había  dejado que una vulgar mujer lo explorara sin restricción alguna. Hasta el punto de que en ese momento, ella sabía más de él que cualquier ser en todas las existencias. En su afán cayó deliberadamente en un abismo de sensaciones que lo hicieron sentir la vida fluyendo a través de él, mas ese torrente lo dejó un tanto aturdido. No es que no comprendiera aquello, era sólo que la experiencia fue demasiado intensa para un individuo con su naturaleza. Una que no cae en las pasiones, mas libre de ellas no estaba. En ese instante no sólo lo sabia, sino que también lo experimentó de una forma arrebatadora.

No sintió vergüenza o pudor de manifestar esa parte de él, ante alguien como ella que no cargaba prejuicios o cuestionamientos de ninguna clase en ese campo. Nunca le señaló que estaba equivocado sentir por ella esa atracción y tampoco le cuestinó los motivos por los cuales él sucumbió a aquello. Lo aceptó y lo único que le pidió fue que él, la aceptará también. Lo hizo y se dió esa jornada donde no había ángel o mujer mortal, sólo dos individuos que encontraron a otro con sus necesidades, deseos, sentimientos y los aceptaron entregándose mutuamente un oasis de desahogo, de comprensión y satisfacción. Eso era todo, no había más explicaciones que dar respecto a ese asunto. Aliviado suspiro y miró a Mary otra vez, pero sonriendo.

Casi al amanecer se levantó, se dió una ducha y volvió vestida con ese camisón, ni largo ni corto, y se acostó a su costado. Le sonrió y pronto terminó dormida. Él en cambio no durmió nada después de todo eso. Siguió el ejemplo de Mary. Se dió una ducha y se puso un atuendo cómodo para dormir sin llegar a hacerlo, pero tampoco de levantó de esa cama donde revivia esos besos, esas caricias y todo los demás. Algo en él estaba despierto y muy exaltado. No era el deseo por ella, aunque había mucho de eso, era otra cosa y eso no lo dejaba dormir y quería poder hacerlo, aunque la verdad hacia eso sólo en este mundo y no era parte de su naturaleza por lo que no era necesario.

-Buenos días- le dijo la muchacha arrodillandose en la cama mientras se frotaba los ojos con el dorso de la mano.

-Buenas tardes...ya pasa del medio día- le señaló Daishinkan con una sonrisa divertida. El cabello de Mary era un desastre.

La muchacha la miro sentarse en la cama y entonces recordó todo lo sucedido, pero se lo tomó con más naturalidad que el Gran Sacerdote, que tenía una mirada que parecía estarse preguntando: "¿debo decirle algo o hacer algo especial?" , pero optó por el silencio y una mirada tranquila que Mary recibió bien. La muchacha estiro los brazos al cielo y luego se le dejó caer encima con una sonrisa traviesa.

-Tengo hambre ¿Usted,no?-le dijo mientras se acomodaba junto a él mirando el techo.

-Un poco-respondio algo confundido con esa espontáneadad.

-Creo que pediré algo de comida rápida...

-Sí quiere puedo encargarme de eso. Me tomará sólo un instante-le dijo el Gran Sacerdote con más paciencia de la habitual.

-Lo que usted hace es robar-le señaló Mary.

-Bueno de todos modos se comió la cena de anoche- le señaló Daishinkan.

Mary se sonrió y luego le hizo una caricia en el rostro,vpero fue más como una jugarreta de desquite por el comentario.

-Hágalo entonces. No volveré a quejarme -le dijo y entonces noto que él le acariciaba el cabello.

Mary se quedó viendo al Gran Sacerdote y él a ella. Un diálogo silencioso que duró un minuto al menos hasta que ambos lo rompieron con una sonrisa.

-¿Puede traer comida italiana? Es de mis favoritas y estoy segura le va a encantar.

-Supongo que si...Lo intentaré-le dijo de buen ánimo.

-¿Cree que puede llevarme a la playa después de comer?-le preguntó Mary con curiosidad.

-Por supuesto...Pero antes de todo eso...debo decirle que...-no término la frase, al ver el rostro de Mary se interrumpió.

Las imágenes de la noche vinieron a su mente. No era lo suficientemente afectivo para abrazarla o decirle palabras amorosas, así que hizo lo único que le pareció podía resumir todo lo que estaba sintiendo en ese momento. Se giró a ella, le apartó el cabello del rostro y le beso la frente. Mary se quedó quieta tras ese gesto y aprovechando que estaban aún acostados en esa cama y él estaba muy cerca lo abrazo. Un beso de alguien que no tocaba a nadie jamás y un abrazo de una chica que no solía abrazar porque le era incómodo. No había más. No necesitaban palabras que distorcionaran eso que ellos tenían. Así estaba bien. Se levantaron en silencio y se fueron a comer. El resto del día se lo pasaron hablando de cosas que ellos y sólo ellos podrían discutir y en la noche, cuando cenaban, antes que el impertinente invitado tocara la puerta, Daishinkan se llevó a Mary al océano.

-Me hubiera gustado terminar mi plato de arroz con curri-le dijo la muchacha que aún sostenía la cuchara en la mano.

Daishinkan se encogió de hombros.

-Lo siento...pensé que era mejor venir de una vez-le dijo.

-Eso es cierto Tannat. Sabes nadar supongo?

Daishinkan se le quedó mirando mientras ella se quitaba la ropa y en su lencería se echaba al agua.

-¿Qué? Me has visto con menos ropa que esto ¿No te va a dar pudor ahora?

El Gran Sacerdote se sonrió nada más. Tal vez era tiempo de volver a su mundo, pero no dañaba a nadie si se tardaba un poco más.
 

La menos pensadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora