Fausto recorría día tras día el laberinto en busca de la salida, pero el laberinto era cambiante, como el mundo lo es, resuelves un acertijo y aparecen mil mas. Un día, sin quererlo, Fausto descubrió los árboles, seres vivientes antiguos que a pesar de no tener movimientos crecían libres por el laberinto. Fausto se maravilló con los árboles que en el laberinto crecían libres, pero pronto descubrió algo que le traumó. Fausto se encontró con un árbol no más grande que su mano empuñada. Fausto le preguntó al árbol el por qué este no había crecido libre, pero el pequeño árbol no fue capaz de contestarle esa pregunta. Al pequeño árbol no le eran permitidas varias cosas; entre ellas, contestar preguntas y crecer libre como los otros árboles.
Fausto sabía de antemano que el deseo de todo ser viviente en el laberinto es crecer libre. Ser tan libres como el viento lo es. Entonces Fausto supo que la decisión de no crecer no fue tomada por el pequeño árbol, sino por alguien más. Pero ¿Quién era ese alguien tan controlador? ¿Quién era esa Bestia sin nombre?
Fausto preguntó de árbol en árbol donde podía encontrar a la Bestia controladora, pero árbol tras árbol rechazaba responder las preguntas de Fausto. Los árboles le temían a la bestia, pero Fausto no. Así que siguió preguntando a cada ser viviente del laberinto hasta que el viento se ofreció a responder su pregunta.
— ¡Viento! ¿Sabes tú por qué hay un pequeño árbol en el laberinto al cual no le es permitido crecer libre? —le preguntó Fausto al viento.
El viento se rió de la pregunta de Fausto.
— Ese no es el único árbol al que no se le ha permitido crecer de forma libre. Si recorrieras el laberinto como yo lo he hecho durante mis miles de años de vida. Descubrirás que cada ser viviente que en este laberinto se encuentra es oprimido. Incluso los árboles que tú crees que han crecido libres, han sido oprimidos también.
— Pero viento, esos árboles son majestuosos, gigantes, ellos sí que son libres.
— Son libres de crecer, pero no libres de responder preguntas –le dijo el viento—. Pronto descubrirás que ningún ser viviente en el laberinto es libre.
— Pero, tú eres el viento. Tú eres libre.
— Yo soy el viento, pero no es que el viento sea libre, solo está atrapado en una jaula más grande y sus movimientos son menos limitados.
Aparté mi vista del libro de mi padre por un momento. Me quedé en silencio pensando en lo que en este libro estaba escrito, aunque con sus fuertes ronquidos la Bestia complicaba un poco mi tarea. Desde que había comenzado a leer el libro de mi padre se me había hecho prácticamente imposible dejar de leerlo, con cada palabra que iba leyendo sentía como me iba aferrando cada vez más a la historia que a mi parecer era muy adictiva. La verdad es que hasta ese momento no me arrepentía de haberle hecho caso a Bryan Rogue, aunque me mantenía alerta pues aun no confiaba al cien por ciento en él.
— ¿Qué piensas acerca de eso? —la voz de Bryan Rogue me sacó del mundo de mis pensamientos y me transportó hacia la realidad, una realidad en la que casi me meo en los pantalones al verlo de pie justo detrás mí.
— ¡¿QUE MIER?!... —mi grito fue opacado por la mano áspera de Bryan Rogue que me presionaba fuertemente la boca.
— Solo responde la pregunta Ps3 —me dijo aun con su mano impidiendo que mis palabras se escaparan de mi boca.
— ¡HMMM!... —fue el único sonido que de mi boca salió.
— Lo siento —dijo Bryan Rogue quitando su mano de mi boca.
— ¿Qué haces aquí Bryan Rogue?
— Responde mi pregunta Ps3.
— No lo sé, quizás sea cierto —le respondí susurrando para no despertar a la Bestia—. A decir verdad, es muy lógico, quizás todos estemos encerrados en jaulas aunque algunas son más grandes que las otras.
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Cómo Estáticas Estrellas Fugaces.
Ficción GeneralPs3 añora los días en que fue feliz en compañía de sus dos mejores amigos, Bryan Rogue (su primo) y Wilana Lana (su eterna enamorada en secreto). Aquellos días parecen ficticios. Aquella amistad que alguna vez los había mantenido unidos, se vio frus...