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  c a p í t u l o

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  Escabullirse al habitación de un niño a la noche no es una idea que suena ni un poquito bien o que tenga una justificación aceptable, pero Beelzebub lo ha hecho desde hace más de cinco años —¡Tremenda excusa!— y no se detendrá a cavilar sobre las razones de porqué está mal, principalmente porque es un demonio por ende hace cosas malas y, carajos, tendría más sentido haberse puesto a pensar el primer día que se metió al cuarto. Es un poco tarde.

  Se escapa de la esquina oscurecida donde estuvo acechando hasta que el niño se durmió y Mygga zumba sobre su cabeza susurrando posibles finales de su allanamiento y ninguno es esperanzador como para ser venido de su compañera. Suspira frustrado y enojado, y visualiza un cuerpo extra en la cama de Adán, una figura peluda y pequeña dormitando, más de cerca y sabe que es el sabueso, o lo que quedó de éste ¡Su pobre sabueso de dos metros mide dos centímetros! Bueno, no de modo literal.

  Perro alza la cabeza atento con la reciente presencia demoníaca, le devuelve la ojeada y comienza a gruñir en su dirección, el dueño se remueve en los sueños y el animalito se eleva en las cortas y cuatro patitas preparado para ladrar y saltar como un desquiciado, tal como Mygga cuando es un caniche. Ella estira las manos y las ubica frente al perro, busca tranquilizar al animal susurrando constante suaves palabras.

  —Shh shh, soy yo, Beelzebub —

El perro se calla en un bufido y se echa a los pies del Anticristo.

  Beelzebub se moviliza con los ojos caninos sobre sí, y así se arrima dando pisadas en la oscuridad, a ciegas porque no optó tomar una forma oportuna, como su morfología demoníaca —aunque sería un poco aterrador verle así, y busca respuestas, no matar de un infarto a su hijo—. Mygga se desprende de su cabeza al reconocer a Adán y va a parar a la del niño, el demonio esconde un grifo y su pie dá con unos juguetes Legos, la frágil estructura cede a su peso y tambalea un tanto en dirección a la cama, cae de manos en el colchón y el ruido es obstruido, el can resopla una risa frente a su cara y el demonio muestra los dientes exponiendo una amenaza.

  La luz se enciende.

  Voltea y Adán le mira fijo. Es graciosos porque Mygga está asentada en la cabeza de él.

  —¿Mamá Anna? —pregunta iluso.

  Beelzebub sonríe tierna y con el corazón hecho agua. Es tal el amor que ambos olvidan el objetivo inicial, como dormir o verificar la autenticidad del perro, y se recuesta en la cama pequeña.

  El niño está abrazado al cuerpo de la mujer, aferrado con todas sus fuerzas, jugando con Mygga, que ya no es más un caniche sarnoso, sino una mosca cariñosa que zumba y vuela al rededor para molestar al sabueso infernal, versión miniatura; el demonio estrecha a Adán y le besa los rizos y el menor ríe, él estira las manos y toma mechones azabaches, jugando con los mismos.

  —¿Es otro sueño? —cuestiona susurrando.

  Beelzebub piensa bien en la respuesta. Es el momento ideal de decir algunas verdades.

  Peina hacia atrás la cabellera miel.

  —No, cariño, sí estoy aquí —admite y el menor se aleja un poco.

the perfect parents // ineffable bureaucracyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora