c a p í t u l o
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Warlock no despertó de buen humor ese día y el Armageddon inició.
El Arcángel Gabriel conduce por las carreteras de Tadfield con la misma velocidad de siempre —menos de 20 o 12 km/h—, con la diferencia que el Fin del Mundo pisa los talones, y ni el apocalipsis hará acelerar a su bebé a más de la velocidad que se permite a si mismo y para el disgusto del demonio... ¡El demonio! Bien, no es correcto pensar en ella; las manos están tan apretadas al volante hasta el punto de tener los nudillos blancos por la presión y murmurando insultos a miles, regalando un repartorio mental a cada punto tediosos, sin rebasar el límite celestial, por supuesto. Él está molesto y ofendido, muy ofendido, y la reina del drama que vive en su interior despertó rejuvenecida.Es sorprendente cómo aún no se lanzó con auto y todo contra un árbol.
Hace unas horas atrás descansaba en su sillón mullido que adquirió una década atrás porque a cierta creatura sugirió un cambio de muebles; bebía un té a la par leía un libro que llamó su atención, lo que es raro porque él no es amante de la lectura u otro pasatiempo que no sea la televisión y las películas. Uno le veía allí y piensaba que estaba calmado y sin ningún apuro, cuando en realidad sufría la mayor crisis de su existencia; horas y todo se iría al carajo, no más humanos, no más TV, no más tés insulsos, vinos con... ¡No más Beelzebub! Por amor a Dios, no está preparado para alzar su espada y matar al demonio o morir.
Estuvo a segundos de llorar y se hizo la luz.
Beelzebub llamó unas siete veces seguidas, porque el arcángel quería notar su insistencia, y atendió, oyó el avisó del Lord Beelzebub, un mensaje que anunciaba la presencia de ella en el departamento en algunos minutos, que era de suma importancia y le ordenó que estuviera preparado ¡Y por supuesto! Al arcángel se le enrojecieron las orejas con las ideas que cruzaron su mente y dio un golpe efusivo a la mesa y se rió como un demente, luego sonrió como un bobo y se puso su mejor colonia francesa y vistió su perfecto traje elegante gris y la bufanda que a la mujer le gusta y halaga, esa que jamás pierde su tonalidad lila. Sorpresa ¡Y decepción! suya cuando el demonio cayó a su hogar minutos después en compañía de alguien inesperado y con la absurda y atrasada idea de acabar con el Armageddon aún cuando deban matar al Anticristo, quien, por cierto, no es Adán, ese mismo niño que le sonreía con dientes sucios en chocolate. Odia el chocolate. Odia los niños.
El atardecer se asoma en Tadfield.—¿Por qué está aquí? —cuestiona con la dientes cerrados y la mandíbula tensa, es el susurro del enojo.
El demonio observa de reojo a Adán y después a Gabriel.
—Porque no me dio tiempo para llevarle a casa —explica y Adán alza la cabeza desde atrás del auto, centrado en la charla que le incumbe. Perro ladra.—¿Y no pudieste hacerle desaparecer? No es complicado.
Beelzebub, en un principio, dejó pasar la mala cara del arcángel, no es quien para juzgar el humor de otros en pleno apocalipsis, sin embargo el hombre no dio signos de querer cambiar ni siquiera cuando le contó su mega plan para detener el Armageddon —muy factible, cabe mencionar—, no, él mantuvo la cara ácida con el ceño fruncido y refunfuñando en todo el trayecto, ignorándole y conduciendo como una abuelita, lo cual no es raro ¡Pero es irritante! Y en ese instante es que se harta; su paciencia se corta al percibir el tono molesto que el hombre emplea, sí, ella soporta las actitudes secas, distantes o burlonas de Gabriel, después de todo a ella le gusta aquello y más, sin embargo no va a permitir que aquel tonto y celestial egocéntrico se atreva a tener un mal trato con Adán cuando no hay motivos. El pequeño no será su hijo, pero le considera como tal, y cualquier imbécil que se atreva a no respetarle merece un maldito golpe en la nariz.
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the perfect parents // ineffable bureaucracy
Fiksi PenggemarDónde el maldito Arcángel Gabriel y Lord Beelzebub buscan evitar el Armageddon. • • • Bienvenidos a una nueva aventura inefable. Aclaraciones básicas: ° La historia es de mi pura autoría; la diseñé, imaginé y creé por mi cuenta. La redacción r...