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c a p í t u l o

07

  Dos años y se reencuentran, no del modo esperado, sin embargo ambos concuerdan que se necesitaron en ese lapso de separación. No es un droga, y aún así la abstinencia les mataba.

  El primero en mirar es Gabriel. No porque así lo quiso o haya dado vuelta en el lugar unas cincuentas veces para encontrarle o se desesperó, sino porque Beelzebub es tan visible aún cuando mide menos del metro setenta, y Mygga le permite resaltar de aquel modo único - que aparenta ser un gorro invernal -; ella se le acerca con un conjunto elegante negro y que parece estar en buen estado, un suéter ajustado de cuello y mangas largas, unas insignias poco visibles a lo largo del lado izquierdo, un abrigo robusto sobre el diminuto cuerpo y botas de nieve. Las personas voltean a verle al notar la peculiar vestimenta en pleno verano y Gabriel únicamente piensa en cómo saludarle después de tanto tiempo o cómo siquiera reaccionar.

  Beelzebub le deja sin palabras.

  — Lindo atuendo — señala con ambas manos y el demonio se echa un vistazo a si mismo.

  — Sí, los rusos jamás sabrán qué les golpeó.

  — Rusia eh, qué bien — Y allí finaliza la conversación, dando por terminado la esperada bienvenida.

  Gabriel se estruja los sesos, busca un modo de extender una charla y se halla encerrado en la belleza que refleja el demonio y admitiendo que sí es un cerebro de pájaro, porque la manera en que los cabellos azabaches se ven largos y sedosos, fáciles de manejar, la piel pálida cuidada y de cicatrices lejanas, porque cada detalle de ella le marean y no permiten que su razón actúe; es su imaginación, puesto que el Lord Beelzebub no está tan espléndido como le ve. Enlaza los dedos frente a su estómago y mira su entorno peculiar, ve parejas caminar unidas o pasear cerca nomás, hombres y mujeres, mujeres y sus iguales u hombres y otros hombres, compañeros de vida con o sin el amor romántico, ninguno de ellos seguro es un demonio y un arcángel retirado, un tonto Arcángel enamorado de su enemigo declarado.

  — ¿Q-quieres ir a comer?

  — Son cosas que no se preguntan, Gabriel, claro que quiero — acepta Beelzebub y el hombre expulsa aire.

  Amor, ahora se habla de amor, sí.

  Gabriel en esos dos años pudo darle forma al sentimiento que nació unos siete siglos atrás y creció en su interior, un sentimiento que ignoró por tanto y ahora puede enfrentarlo cara a cara ¡Mierda, el fin del mundo se acerca! Poco le importa todo ahora que la existencia depende de un hilo y se extiende a unos cuatro años, y su amor es una atrocidad ¡¿Y qué más dá?! Él le ama mucho, mucho y duele. Duele porque sabe lo que sabe y entiende lo que entiende; nunca habrá un nosotros que no sea en la guerra.

  Jamás odió tanto la justicia de su Dios; nunca lloró tanto la Caída desde una noche de Octubre.

  Gabriel adelanta unos pasos y siente el cambio allí mismo; no es sólo la vestimenta diferente que porta Beelzebub después de cruzar la multitud - el práctico traje de vuelta - o el hecho que Mygga es un caniche feo que sigue a su dueño en saltos, el cambio data las manos entrelazadas, los dedos jugando con los contrarios y las mejillas sonrojadas. Ese cambio es el amor y una muda confesión, la confesión que no se atreve a huir de sus bocas.

  Él quiere gritar, declararse y que los Infiernos y Cielos oigan.

  — Beelzebub, quiero decirte algo.

the perfect parents // ineffable bureaucracyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora