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Amanecer a su lado y ver sus ojos verdes, que me acaricie nuevamente el rostro y el pecho, me despierte con suavidad y que caiga rendido en mis brazos luego de insistir en negar un abrazo pero no sabría como decirle que yo necesito un abrazo y por insisto en darle uno.

Se siente bien pero a la vez es aún vacío mi corazón hasta que se le ocurrió esa idea.

–Deja de mirarme con esa cara larga. Hoy salimos y no es una pregunta –anuncia y sale del cuarto.

Ni siquiera me dió la opción de elegir. Volvió a entrar al cuarto, me tiró la gabardina y mostró sus llaves para hacerlas sonar, insistiendo en que me levante de la cama y salgamos de una vez por todas.

No conozco el pueblo de Morioh, quizá no sea del todo una mala idea. Tal vez si preguntara si es un intento de cita o es echar un vistazo por el pueblo y que lo conozca de una vez sin perderme y tener que recurrir a un mapa.

Es invierno aún en Morioh, hace frío y se ve tierno con la bufanda que cubre su boca y se enreda por su cuello. Dejar que solo resalten las esmeraldas de sus ojos.

–Ven –toma mi mano y adelanta el paso–, quiero mostrarte algo.

Así que lo seguí, no solté su mano pero volví a estar rojo todo el camino hasta que me guiara a una plaza, se sentó en un columpio, no entendí qué sucedía hasta que se me ocurrió mirar lo que él observaba y era el atardecer en el pueblo de Morioh, los rayos anaranjados del cielo se cuelan por el espacio que dejan las ramas y hojas de los árboles, dejando que llegaran al rostro de Rohan y solo me dieran una razón más para sentarme al columpio que se encuentra a su lado izquierdo. Todo con tal de ver sus ojos con mayor claridad, esos ojos que me hipnotizan.

Nos estuvimos mirando un buen rato, éramos los únicos en esa plaza, los únicos dos tórtolos que se les ocurrió ir a la plaza un día de invierno, un día frío que decidimos calentar saliendo de casa. Ha pasado una semana desde que nos besamos y confirmamos a medias lo que sentimos, a partir de ese día no hubieron más besos pero si abrazos cariñosos que no lograba entender. Me había sentido esa semana hasta que me sacó de mi zona segura.

–Aquí vengo por inspiración y cuando realmente quiero estar solo –confiesa con calma–, ni siquiera Koichi lo sabe, ahora eres el primero y el único.

–Y cuando hay personas aquí, ¿a dónde vas? –pregunté curioso y con la misma calma que tuvo en decirme su secreto.

Suspiró, desviando su mirando por un segundo y empujando suavemente sus pies para mover el columpio.

–Al puerto de Morioh –responde sin dejar de mirar el atardecer–, allí se aprecia mejor el atardecer y me relaja el sonido del mar.

A veces cuando deja de hablar siento que oculta algo y le falta algo por decirme. Siempre le falta algo por decir que ni siquiera Koichi se da cuenta de ese detalle, ni siquiera Josuke que es el más atento e intuitivo con todos después de Koichi. Cada vez que esta con él, mi tío, es como si se relajara pero se tensara a la vez, cuando se acerca Hazamada esta totalmente tenso, pero conmigo y Koichi se relaja, suelta su ser. Nunca me llegó a odiar, no de lo que haya sabido, siempre mostró respeto y honestidad pero ahora que lo tengo frente a mi no sé qué hacer para que esas esmeraldas me miren toda la tarde.
Intenté estirar mi mano para tomar su mano pero me retracté a medio camino, él vio lo que intentó hacer mi mano. Detuvo con sus pies el movimiento del columpio, se levantó y se paró frente a mi, tomó mis manos con tal de levantarme y quedar parado frente a él, no soltó mis manos y en ningún momento dejó de mirarme a los ojos. Volvimos a unir nuestros labios una vez más, luego de una semana nos volvemos a besar. Cuando acabó el beso, mis labios quisieron besar su frente, solo hacerle saber que puedo cuidarlo y querer aún sin saber cómo se siente realmente que alguien te cuide y te quiera.

–La próxima vez vayamos al puerto –susurró.

–¿Y por qué esperar tanto?

Cuando me miró a los ojos rió como si fuera un chiste, tan solo sonreí con verlo así de feliz.

–Espera, ¿hablas en serio? –cuestionó sonriente.

Asentí con la cabeza con emoción, pues su emoción es contagiosa que no puedo evitar sentirme feliz por lo mismo.
Solté solo una mano suya y nos dirigimos al puerto, al llegar tenía la cara de no saber qué hacer. Solté su mano y quité mis zapatos y calcetines, quité mi gabardina, la dejé junto al resto de ropa que me había quitado, arremangué mis pantalones y entré al agua.

–Pareces un niño entrando al agua con este frío –ríe.

–Quizá siga siendo un niño –respondí sonriente.

Le lancé un poco de agua, pensé qué sería una buena idea hasta que vi su rostro completamente sonrojado. Me distraje con la ola que pensaba que me iba a mojarme los pantalones así que los arremangué hasta llegar sobre mis rodillas pero siento que algo me moja la cara y no era la ola. Escucho la risa de Rohan y cuando veo que lo tengo frente a mi no podía ser más feliz, con sus pantalones arremangados y se había quitado la bufanda. Empezamos a lanzarnos agua, él no podía parar de reír y eso me hacía feliz.

–¡Miren quién el niño ahora! –exclamé eufórico.

–Cállate –exigió tirándome agua esta vez con ambas manos.

No solo utilicé ambas manos para tirarle agua, aumenté la intensidad y el ritmo en que iba lanzándole agua hasta que logré que se cubriera con ambas manos su rostro y poder abrazarlo por su cadera, no dejamos de sonreír en ningún momento.

–Eso es trampa –suspira cansado–, se te ocurre cada locura a ti.

–¿Ah si? –cuestioné– Se me ocurrió otra.

Juntamos nuestras frentes, cerramos nuestros ojos por un segundo. Suspiré y alejé mis nervios para pedírselo de una vez, abrí mis ojos y dejé que mi corazón guiara mis palabras esta vez.

–Sal conmigo, Rohan. No como amigos, como una cita.

Él abre sus ojos ante mi y separa su frente pero mantiene distancia cercana con mi rostro. Sonríe, subiendo sus manos y colocándolas sobre mis hombros.

–Es la locura más grande que se te ha ocurrido –ríe, no burlón–. Claro que quiero salir contigo en una cita.

Sonreí esta vez a él. Cerré mis ojos confiado en querer besarlo y ser correspondido pero cuando menos esperé me quita la gorra e intenta huir deshaciendo el abrazo que teníamos.

–¡Eso es trampa!

–Miren quien lo dice –dice burlón ante mi reacción.

No va a tomar en cuenta mi reclamo hasta que corra tras él y le quite la gorra de sus manos.

Quisiera que esta tarde sea eterna para nunca parar de verlo así de feliz junto a mi. Si viera lo especial que es para mi ahora mismo me golpearía por meloso.

ComplétameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora