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Intenté darme media vuelta porque una luz me molesta y quiero seguir durmiendo antes de molestarme con todo el mundo hasta que sentí un peso en mi pecho que me impide poder darle la espalda al rayo de luz que interrumpe mi sueño. Abrí mis ojos y pude ver su rostro durmiendo tranquilamente sobre mi pecho desnudo. Ahora recuerdo en qué terminó la noche. Lo habíamos hecho otra vez pero esta vez le di la delicadeza que merecía. Imagino que estará igual de desnudo que yo. Acomodé los mechones de su rostro y una inmensa pena invadió mi pecho. Debería estar feliz pero no lo estoy.
Lo acomodé al lado mío, salí y me vestí sin usar gabardina, necesitaba relajarme afuera y no podía contagiar mi amargura a alguien que sabiendo que si se enfada va a ser mil veces peor que yo.

No quise decirle nada, no podía ser tan directo con mis problemas. Detestaría verlo triste si le dijera todo así que es mejor ahorrar palabras y relajarme antes que despierte, así que caminé con discreción hacia la salida del cuarto, salí por la puerta principal de la casa y me senté en las escaleras. De mi bolsillo saqué el encenderlo y una cajetilla de cigarros. Mi pena es una razón para tener que fumar.

–Creí que ya no fumabas.

No di media vuelta pero si sentí que se sentaba junto a mi, llevaba una manta cubriéndose y lleva la camisa que llevé ayer en la cita. Exhalé el humo con calma antes de responder y finalicé suspirando nostálgico.

–A veces –suspiré nuevamente–, solo cuando hay algo mal que suceda otra vez.

Apoya su cabeza en mi hombro, acaricia mi brazo con delicadeza y cuando menos espero me arrebata el cigarro pero me sorprende que fume de él. Se lo quito inmediatamente y lo apago de inmediato.

–Prefiero matar mis pulmones, no los tuyos.

Y como si fuese una burla él exhala el humo del cigarro en mi cara. Sonrie burlón por lo que no pude evitar querer vengarme de él de una manera más suave. Lo tomé en mis brazos y lo cargué entrando a casa mientras cuestionaba entre risas qué hacía y exigiendo que lo baje hasta acostarlo en la cama e iniciar con hacerle cosquillas hasta que le costara retomar el aire de tanto reír.

–Tómalo como si te lo devolviera de manera suave.

–No es algo suave –ríe a penas, suspira recobrando aliento para poder hablarme–. Eso fue dulce, y no es venganza, solo estás jugando, te estás abriendo.

Toma mi mano con delicadeza y sin ningún momento desviando su mirada vuelve a suspiras, aún jadeando de cansancio.

–Tal como yo contigo.

Me recosté junto a él y ese día la pasamos en cama. Hacer nada por un día, juntos, y que sienta su confianza es la sensación más reconfortante que haya podido tener. Me hace sentir tan completo.

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