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No, no quería perderlo de vista. No, no quería dejar de ver sus ojos bajo la tenue luz del farol que ilumina un cuarto de calle y que la luna sea la única que presencia el cariño que le tengo.
Salimos de casa sin muchas palabras que decir, se veía tan bien como siempre que no habían muchas palabras que decir hasta que se me ocurrió hablarle a mitad de camino.

–Te ves fantástico –dije de una vez.

–Usted no está nada mal, señor Kujo –contesta mi halago en un tono burlón.

Puede que haya reído un poco de su gracia pero no quitan los nervios que siento ahora mismo y agradezco no tomarle la mano ahora mismo, mis manos están sudando y no sé si seguir mirando el suelo, la luz, la luna o sus ojos pero si miro aunque sea su mano ya me distraigo, caigo en la tentación de besarlo y díganle adiós a la cita ideal para él.

Quizá no tenga ni la menor idea hacia dónde vamos pero cuando vea lo lindo que es el lugar le encantará. Todo con tal de sorprenderlo.
Llegamos a una plaza en el cuál había una pérgola adornada de flores y enredaderas. Había música y cierta cantidad de personas.

Era el lugar el cual me dijeron que no está acostumbrado pero necesito quitarlo de su zona para conocerlo a mayor profundidad.

–¿Me trajiste aquí a bailar? –se cruza de brazos.

–¿No te gusta?

Gruñe, sigo si entenderlo. Mira a todos lados y deja de cruzar sus brazos para acercarse más a mi oído.

–No sé bailar –susurra.

Si estuvieran los demás me verían decepcionados del lugar que acabo de escoger, por su cantidad de personas, por la música que la gente habla y charla, pero yo lo veo como la oportunidad de hacer algo nuevo y sacarlo de una vez por todas de la aburrida rutina que a todos nos ha costado salir una vez para poder darle un sentido a la vida.

Quité mi gabardina y la coloqué sobre la silla más cercana, encima de ella dejé la gorra que llevo siempre y me dirigí con lentitud a Rohan. La canción que suena no es lenta, esto no es una película romántica para impresionar a una chica.

–Si es así –respondí a su confesión, me inclino ofreciéndole mi mano acompañado una sonrisa honesta dibujada en mis labios–. Señor Kishibe, ¿me concede esta pieza para enseñarle un buen baile?

Él ríe y coge mi mano con delicadeza.

–La pieza es toda suya, señor Kujo –aprueba mi propuesta con el mismo tono burló con el que se la pedí.

Reí junto a él, quizá un poco más ruidoso que él pero me agrada que siga mis bromas, tenga mi humor y se vea tan lindo con su timidez pero quisiera hacerlo hablar más más allá de esa sonrisa que siempre me muestra.
Tomé su manos, inicié con moverlas suavemente, como había mencionado antes la canción es movida, las clásicas canciones del rey del rock interpretadas por un grupo de artistas locales que habían repartido los folletos durante toda esta semana. Luego de mover sus manos, seguimos con sus pies. No puede estar tieso, tiene que dejarse llevar.

–Pon tus pies sobre los míos –sugerí.

Rohan asintió con su cabeza con timidez pero no dudó en acatar mi sugerencia. Es entonces que inicié sin moverme tanto, no duré tanto en enseñarle ya que cuando levante suavemente mi mano, que dé la vuelta y volvamos a unir nuestras manos lo entendió a la perfección. Bailar ya no fue un problema para él por el resto de la noche y sus ojos y sonrisa eran las que más relucían esta noche, mucho más que las estrellas que acompañaban la luna.
Luego de un largo rato, al fin tocaron algo lento para pudiéramos relajarnos un poco más. Llegamos a juntar hasta nuestras frentes de lo cansados que estábamos. Subió sus manos hasta mis mejillas y las acaricia con delicadeza.

–No quiero que acabe esta noche –susurra–, quiero que sea eterna.

Separo nuestras frentes por un segundo con tal de besar su frente ya que para decirle que también quisiera lo mismo no se me hace tan fácil, solo darle un afecto físico y sonreírle sin esconder mis sentimientos.
Tenerlo en mis brazos ya es una realidad pero no significa que una parte de mí no se exalte en los peores miedos, ese miedo que terminó por apoderarse de mí y haciendo que deseara que no me soltara nunca. Tanta fue la pena que no pude evitar pedírselo.

–Entonces quedémonos –dije– hasta que no podamos más. No quiero perderte, Rohan.

No tarda en cortar el abrazo y alejarme de los demás con tal de besarme en un lugar a escondidas, tampoco tardó en separar nuestros labios.

–No me vas a perder. Ya ganaste algo que nadie obtendría fácilmente de mi.

–¿Y qué sería? –pregunté ingenuo por hundirme en la pena y en una ansiedad innecesaria.

Me toma una mano con sus dos manos, la acaricia y la apoya en su pecho.

–Mi corazón.

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