Capítulo 2 // Tengo problemas maternales.

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La señora llegó unos minutos antes del amanecer.

Me saludó como cualquiera saludaría a su sobrina: con un balde de agua fría en la cabeza.

-Reacciona, floja, -esta vez se veía más calmada-. Tienes cosas que hacer.

Me levanté y sentí un mareo, seguro por no haber comido. La señora me vió mal.

-Te traeré algunas sobras -hice una
mueca-. ¿Ah, no las quieres?

-No, sí. Claro que las quiero.

Después de un rato volvió con ellas y me las dió, comí como loca.

-Bien, ahora sí puedes trabajar.

Claro, ¿para qué otra cosa iba a quererme? El día comenzó como siempre, trabajar, trabajar y trabajar. Así había sido desde que tenía memoria. Al menos hoy los corrales no apestaban tanto.

Cuando salí de la casa, Eira estaba fuera, inmediatamente corrió hacia mí y me abrazó.

-¡Uy Audrey! Tienes la cara hecha un desastre. ¿Qué te hicieron? - me dijo mientras me tocaba una mejilla.

-Sólo... ya sabes, lo normal. Algunos golpes, ya se me pasará, de verdad.

-Nada de eso, ven, voy a curarte, ¿Comiste?

Respondí que sí con la cabeza y nos encaminamos al granero, o mejor dicho, nuestra habitación de lujo. Era una vieja construcción de madera, el tiempo le había robado la pintura y solía ser muy frío, pero era lo más cercano que podíamos tener a un refugio.

-Estaba pensando ¿Sabes? Creo que deberíamos adelantar el plan para hoy.

-¿Qué? ¿Porqué? Creí que lo haríamos mañana.

-Es que... ¡sólo mira cómo te dejaron! no quiero estar ni un día más aquí.

-Bueno, ¿Afecta en algo a lo que vas a conseguir?

Eira negó con la cabeza. Solté un suspiro y dije:

-Bueno, no esperaba que fuese tan pronto, pero está bien, esta noche será. Cuánto menos tiempo estemos aquí, mejor.

Mi hermana sonrió y comenzó a picar algunas hojas de perejil, luego regresó conmigo. Yo me había sentado en una de las pacas de heno. Eira puso mala cara ante mis moretones y me aplicó las hojitas, gracias a tantas veces curando la una a la otra ya habíamos tomado práctica. Creo que a veces la vida se encarga de enseñarnos cosas útiles a golpes y moretones.

Mi melliza se veía menos bonita de lo normal, su cabello rubio estaba desalineado y tenía muchas ojeras, ni me imaginaba como estaba yo. Odiaba saber que Eira había dormido mal por la preocupación.

Mientras me ayudaba, ella tarareaba una melodía, me pareció una canción de cuna; la reconocí después de unos segundos, esa que nos cantaba mamá.

-¿Puedes dejar de cantar eso? -dije en un tono más hostil de lo que pretendía.

-Sí, si puedo. Pero no quiero -sonrió un poco-. Me recuerda a mamá.

Eira aún sentía a mamá familiar. Para mí se había vuelto un fantasma. Cantaba esa canción con un dejo de cariño. En cambio, yo sentía más esa canción como una intrusa a mi paz, que un lindo recuerdito.

-Eira... En serio no quiero pelear, sólo hazme caso ¿Sí?

-¿No quieres pelear? pues no lo hagas.

A este punto mi poca paciencia ya estaba terminando. Eira podía ser muy terca. Cuando me dí cuenta de que había dejado de tararear esa musiquita me calmé. No me duró mucho el gusto, al terminar se volteó para guardar las cosas y volvió a la carga. Esta vez con meneo y todo.

El AROMA A DESESPERACIÓN [En Proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora