Sureste

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34 ° 58′43 ″ S, 54 ° 55′59 ″ O

Punta del Este

Permanecer demasiado tiempo en un lugar te hace fácil de reconocer; ese es un hábito que debe ser evitado. 

Puede sonar tonto, pero una de las habilidades más básicas del espionaje es así de simple. Conviértete en un nómada. Sin embargo, el hombre que se hacía llamar Arturo Zambrano no pudo evitar establecer su base personal, -siempre rehuyo el término hogar-, en la costa uruguaya. La comida era excelente y la gente le recordaba a la familia de su madre, pero más que eso. Ahora, necesitaba reunir información en un sitio cercano.

Durante todo su viaje a Punta del Este, Brock Rumlow sintonizó las noticias en la radio multicanal de su mirai gris plateado . ¡Dios! Brock amaba ese auto. No fue el primer regalo que le hizo Winter, y ciertamente, tampoco había sido el más memorable, pues cada noche, sus manos aún recordaban su última vez juntos. Su fragancia. Sus ojos. Sus suaves gemidos.

Pero no podía quejarse del auto. En absoluto.

Las noticias eran tan aburridas como siempre, y la muerte de Kraus fue atribuida a una facción de la mafia con la que trabajaba. Novatos . Rumlow pensó, pero hacía unos minutos, solo medio día después del primer asesinato, el segundo tuvo lugar.

Esta vez, las noticias no venían de los titulares policíacos, sino de la sección de sociales. Synthia Schmidt, una de las herederas alemanas más conocidas, bellas y ricas, había muerto mientras dormía en uno de sus castillos pirenaicos. Brock subió el volumen.

Aparentemente, sufrió un ataque respiratorio y sus pulmones colapsaron debido a su débil salud. La periodista conjeturó que el clima frío de las montañas había desencadenado su condición.

¿Condición? ¡Vamos!. Rumlow resopló, mientras escuchaba por un instante más sobre el espectacular funeral y la costosa ropa de diseñador de los asistentes. Synthia Schmidt no podría haber sido más saludable... o más cruel. Su estómago se encogió ante el recuerdo.

El la recordaba. Ella había sido una criatura extraña, de hecho. La única hija del Cráneo Rojo era muy similar a su padre en todo lo que importaba. Ella tenía el gusto de destruir todo y a todos a su alrededor sin remordimientos. Sin embargo, su punto débil siempre había sido la belleza.

Synthia era una ávida coleccionista de arte, y sus mansiones siempre estaban llenas de piezas griegas y egipcias; la mayor parte, robadas por los agentes de su padre. Cualquiera podría decir que ella también tenía un aspecto hermoso, con su larga y ondulada cabellera roja y su cuerpo impecable. Sin embargo, Rumlow no podría estar menos interesado. 

Y ese fue exactamente el problema.

Hace tres años, Brock Rumlow ya era una leyenda en Hydra, y como el manejador del Activo, solía responder directamente a Alexander Pierce. El arrogante y apuesto agente solía ir y venir sin siquiera mirar a Fräulein Schmidt, a pesar de sus esfuerzos por seducirlo. A veces, Brock encontraba divertido cómo su actitud indiferente tendía a exasperar a esa estúpida niña rica. ¿A quién le importaba? Él solo tenía ojos para una criatura infinitamente más bella e incomparablemente dulce. Una verdadera obra de arte, tan exquisita que podría causar envidia a todas esas estatuas griegas.

Brock había estado realizando muchas misiones con el Soldado y su eficiencia era insuperable. Su última misión compartida en Italia había sido pan comido, y Rumlow estaba feliz... demasiado.

Debería haberlo sabido mejor.

Debería haberlo previsto.

Aquella vez, había descendido a los sótanos del edificio para asistir al Activo, casi brillando de felicidad, cuando Synthia se acercó y se detuvo frente a él, cruzando un brazo en su camino.

Latitud CeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora