Ecuador

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00°00'00.00 "S, 78°48'00.91" W

Mindo

Con un trozo de papel como su única pista, la frenética carrera de Steve Rogers lo había llevado desde el extremo sur de Sudamérica a un sitio totalmente diferente. Después de dos horas de vuelo llegó a su destino. No habría sido fácil ver que el código no era un mensaje cifrado o un número de teléfono, sino coordenadas; cuidadosamente elegidas y casi imposibles de rastrear para nadie, excepto para un espía experimentado.

Ahora, Steve finalmente estaba solo en una cabaña aislada, a unos kilómetros al norte de Quito; minutos antes, había descendido del Quinjet, cuando su brújula automática lo marcó.

Latitud cero. 

Justo a la mitad del mundo, pensó . Había viajado por todo el planeta buscando a Bucky, y ahora, un mensaje escrito para Brock Rumlow le había dado la ubicación exacta de este lugar. Las llaves estaban debajo del tapete de entrada y aparentemente, un hombre llamado Arturo Zambrano había alquilado el sitio hacía un año, pero no se lo veía por ninguna parte.

Posiblemente Buck esperaba encontrarse con su ex comandante allí, pero la reunión jamás ocurriría, ya que la doctora Cho confirmó de nuevo los resultados de las pruebas de ADN de Ushuaia. Definitivamente, Brock Rumlow estaba muerto.

Los únicos remanentes de Brock eran un fragmento de molar y algo de sangre esparcida en el techo y las paredes. El resto había quedado tan calcinado que no podía ser reconocido como parte de un ser humano; Steve sintió una extraña mezcla de liberación y dolor. Ahora, Bucky estaría libre de su captor, y él no tendría que preocuparse por un enemigo importante. Y sin embargo... cuando Buck se enterara, quedaría destrozado.

Steve sacó un papel amarillo del bolsillo interior de su chaqueta. Era la vieja fotografía de Bucky. Siempre sonriente y joven. Miró la imagen y susurró: -Lo siento, Buck... De verdad lo siento mucho -Cerró los ojos, desolado. De alguna manera, parecía fallarle a su amor una y otra vez.

Steve recordó aquel día. Mientras viviera, jamás olvidaría esa tarde de 1942 en su vieja tienda de campaña. Había estado retirando las vendas de una lesión superficial en el brazo izquierdo de Buck. Las suturas que le hizo habían resultado tan prolijas que incluso Sarah Rogers se habría sentido orgullosa.

Dos años, cuatro meses, tres semanas, seis días y doce horas después de rescatar a Bucky y sus hombres de las instalaciones de Hydra, una granada explotó cerca del nido de francotirador de su amante, y algunos fragmentos lo impactaron. Uno de ellos lo había dejado sangrando e inconsciente, y cuando Steve lo vio, su ira no conoció límites. Corrió por territorio enemigo y desató el infierno contra esos nazis. Sus muertes fueron más rápidas de lo que merecían.

Apenas dos días después de la batalla, Bucky fue dado de alta del hospital, sorprendiendo a todos, incluido Steve. Definitivamente, la metralla dejó cicatrices mucho más pequeñas de lo que esperaba, y tras retirar la gasa, el Capitán América besó suavemente el hombro izquierdo de Buck, sonriéndole con adoración.

-¡Impresionante, Stevie! Gracias a ti, mi brazo estará mejor que nunca. -El joven sargento exclamó -Mañana estaré más que listo para subir a ese tren contigo y los chicos. Nadie se mete con mi amor.  -Añadió, guiñando un ojo.

¡El tren! Por un segundo, el terror invadió el corazón de Steve. Confiaría su vida a Buck, pero los informes indicaban que el tren que interceptarían al día siguiente en el paso de las montañas posiblemente contenía armamento de Hydra. Un escalofrío recorrió su espalda. 

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