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Draco Malfoy.

Todavía puedo escuchar sus gritos en mis pesadillas.

Y creo que ese es mi castigo.

Ya que si hay algo que mis padres no pudieron borrar con el dinero que repleta nuestra bóveda en Gringotts, son los gritos de desesperación de Gabrielle Rathbone de mi mente.

No es secreto para nadie que sólo me rodeo de personas que sean como yo.
Y al decir «como yo» me refiero a que tengan los mismos principios que con mi familia compartimos, la misma clase social, la misma pureza de sangre y que sean preferiblemente dueños de una gran fortuna. Se me olvidaba que también tenían que haber cursado en Slytherin, tener intereses en las artes oscuras claramente o llevar los mismos ideales que los Malfoy llevamos.

En Hogwarts no me costó ser popular, todos querían estar cerca mío y no tardé de hacerme de un grupito de chicos que harían todo por estar a mi lado. Zabini, Goyle, Crabbe y Parkinson. No se podía decir que éramos amigos o que forjamos una relación de cercanía genuina. Ellos eran como mis súbditos, pero demasiado idiotas como para ir a la par conmigo.

En Slytherin las cosas no son como en las otras casas de Hogwarts. En Slytherin desde el principio tienes que aprender a sobrevivir, de lo contrario cualquiera querrá meterse en tu camino. Eso lo sabía muy bien, por lo que ser un patán resultó ser muy útil para mi persona. Estaba a mi favor tener un apellido influyente con el que nadie querría enfrentarse, ser guapo y además ser asquerosamente rico.

Eran cosas necesarias para imponer el respeto.

Los hombres de Slytherin querían demostrar cuál era el más poderoso, el más capaz de realizar magia complicada. En muchos casos cuál era el más hábil de llegar más lejos en la magia oscura.

Las chicas de Slytherin se preocupaban de otras cosas, de destacar en belleza, cuál tenía más arrastre entre los chicos. En pocas palabras competían entre ellas por saber e imponerse como la más perra de todas. Quizás sea duro, pero así era.

En Slytherin las chicas eran así.

Y si teníamos que hablar de una chica que cumpliera con las características, esa era Gabrielle Rathbone.

La pesadilla sucedió cuando yo iba en quinto y Gabrielle era un año mayor que nosotros.

Juro que no tuve nada que ver directamente.

Gabrielle solía proclamarse la más maldita entre todas las serpientes. Gozaba de una belleza cautivadora y un buen cuerpo. La mayoría de los Slytherin tuvieron más de una fantasía con ella, me incluyo. Pero como describí anteriormente, era una perra. Rathbone tenía una obsesión con el hecho de jugar con los chicos y desecharlos de un minuto a otro.

Jamás fui cercano a ella, por lo que nunca intenté nada para hablarle o ser cordial. No compartíamos más que el saludo en la sala común o una que otra palabra sobre los libros que estaban en la sala de estar. A diferencia de Crabbe y Goyle que babeaban por ella como unos animales. Bueno, la mayoría de los estudiantes querían estar cerca de ella, no para ser sus amigos, si no para meterse en su cama.

Gabrielle era una de las pocas chicas liberales que disfrutaba de su vida sexual abiertamente y toda la escuela estaba en pleno conocimiento de aquello. Era una zorra para las chicas, pero dentro de Slytherin era la protegida de los chicos.

¿Cómo no? Si por lo que tenía entendido, Gabrielle hacía unos favores bastante sugerentes.

No puedo formarme otra imagen de ella más allá de lo que veía superficialmente. Ella se entregaba a los chicos de manera sexual y al parecer no dejaba entrar a nadie en su corazón. Además asumí que nadie sería tan tonto como para intentarlo.

«Oscuros Secretos» [Una historia de Harry Potter]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora