Draco Malfoy.
Los impuros parecían ser felices.
Ajenos a todo lo que sucede ante sus ojos.
Nunca se dan cuenta de nada, puedes ocultarles cosas y ellos no sospecharían de nada.
La ignorancia al parecer no les incomoda y hasta les favorece.
En el mundo mágico todo había comenzado a ser un caos y sólo quería escapar porque sabía qué era lo que venía para mí; sabía que me encontraría atrapado por un mundo que no me dejaría escapar nunca y si lo hacía probablemente lo haría muerto.
No era fácil estar del lado de los malos, al menos no lo era para mí. Toda la vida fingí ser alguien que no era; jamás me atreví a tomar una decisión que no implicara pensar en el qué dirán, si soy honesto; nunca había tenido la opción de elegir.
La inminente guerra, lo que pasó con Zabini y con Goyle, después Dumbledore; habían dejado a un Draco quebrado y asustadizo que saltaba al mínimo ruido tras de sí.
No era yo, claramente.
O quizás siempre lo fuí y no lo noté hasta ahora.
Por eso aquel día decidí ir hasta Kings Cross y perderme en el mar de muggles que allí habían. En ese lugar nadie me conocía, no tenía que dar explicaciones y vagar por las calles sería mejor que pasar el tiempo en la Mansión Malfoy que se había convertido en una cueva de mortífagos y aliados de Voldemort.
Londres era el lugar ideal para no ser Draco Malfoy.
Para escapar de la marca que ardía bajo la tela de mi camisa negra.
Jamás había querido ir hacia el mundo muggle, las veces que iba a la estación cada vez que entraba a la escuela lo hacíamos mediante una red exclusiva que poseía mi familia y así no teníamos que mezclarnos con los sangres sucias que paseaban sin mirar a su alrededor.
Pero ese día la loca de mi tía Bellatrix había torturado a un montón de magos mestizos en casa y sus gritos aún resonaban en mis tímpanos. Sus gritos me traían un mal sabor a la boca, me producían un peso en la conciencia, me hacían recordar a Gabrielle Rathbone y los gritos de aquella noche en el bosque prohibido.
Por ende no pude resistir el estar allí y desaparecí.
No supe porqué llegué a Kings Cross si no era ningún lugar especial, por lo que deduzco que lo hice porque era sinónimo de libertad. Sentí el viento helado congelar mis mejillas y observé la grandeza con la que las calles londinenses se abrían ante mí; suspiré y caminé entre la gente con la cabeza baja y las manos en los bolsillos de mi abrigo.
Durante varias horas del día estuve paseando y mirando los escaparates, dándome cuenta de las manías de los muggles y de todos los aparatos que usaban por el simple hecho de no poseer magia; era más simple y más complejo a la vez, eso era lo normal para ellos, era lo anormal para mí.
Estuve sentado en una plaza antigua durante rato, los niños gritaban mientras sus madres les veían cuando jugaban en los columpios, en los balancines que chirriaban y en la caja de arena para hacer castillos; si supieran que podía de matarles con tan sólo dos palabras si sacaba mi varita no estarían tan confiadas.
Si supieran lo que era en verdad y lo que significaba mi marca en el brazo, saldrían huyendo despavoridas cargando a sus niños. Me percaté en una mujer en particular, ella besaba a un niño rubio que se acababa de caer, le acariciaba su rodilla raspada y le mimaba.
De pronto recordé a mi madre, ella solía ser así.
Antes de que el deseo de poder de mi padre nos sumiera en las sombras y en el terror de vivir el día a día; antes de que le borrara la sonrisa de la cara a mi madre y el brillo a mis ojos, me sentí nostálgico y totalmente patético por estar sintiéndome así al mirar a un crío ridículo que sólo se parecía a mí.
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«Oscuros Secretos» [Una historia de Harry Potter]
Hayran KurguTodos se han maravillado conociendo el grandioso y luminoso lado del mundo mágico. En especial de Hogwarts. Sí, Hogwarts. La escuela de magia más prestigiosa de ese mágico mundo que no todos pueden ver con sus propios ojos. Pero al parecer hay algo...