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Neville Longbottom.

Cuando nací, todos creyeron que sería un mago prodigioso y muy capaz, al igual que mis padres. Los reconocidos aurores Longbottom –Frank y Alice –eran unos de los magos más poderosos y sobresalientes. O eso es lo que me han dicho, porque ellos jamás estuvieron junto a mí, no porque no hayan querido, si no porque se los impidieron.

Ellos fueron torturados en la primera guerra mágica, por Bellatrix Rodolphus y Rabastan Lestrange, además de Barty Crouch Junior. Ese grupo de mortífagos creía que mis padres tenían información del paradero de Lord Voldemort, que había sido vencido por un insignificante bebé.

Tuve que crecer en la ausencia del cariño de ellos, porque creo que ellos me hubieran querido y hubieran cuidado de mí. Más tuve que quedarme al cuidado de mi abuela Augusta, la madre de mi padre. Crecí entre sus regaños y entre sus humillaciones, ya que jamás hubo un verdadero y notorio brote de magia en mí. Todos pensaban que yo era un squib, hasta que un día me caí de la cuna y reboté, no me azoté en el suelo.

Sólo en ese momento mi abuela mostró un mínimo de aprecio por mí. Ya que estoy seguro de que si no hubiera tenido magia ella me hubiera ido a dejar a un orfanato. No me cabía duda de eso. Augusta no era una mujer muy cariñosa y no me tenía nada de paciencia.

Me dí cuenta que a diferencia de otros niños, yo no tenía padres y no entendía el porqué de esa situación. Cuando le pregunté a mi abuela ella respondió de la manera más fría y poco atinada posible.

— Tus padres se volvieron locos, en la guerra les torturaron y jamás volverán a casa. — respondió sin tener mayor empatía por mí.

— ¿Por qué abuela? ¿Por qué no pueden volver? Yo les quiero conocer. — insistí.

— Pues porque no recuerdan nada, no pueden hacer nada por ellos mismos. Oh, en todo caso, no te recuerdan, ni siquiera deben acordarse de que te tuvieron y me alegra, eres una total decepción.

Cualquier persona en su sano juicio, le hubiera explicado a un niño de seis años la situación con mucho más tacto y mucha más contención. Más ella no era así, siempre estaba regañandome y burlándose de mí. Obviamente explicarme lo que le habían hecho a mis padres no sería la excepción.

Yo sabía que ella no me quería de lo contrario me hubiera llevado mucho antes a verles, aunque yo no entendiera nada. Pero ahí estaba yo, siempre insistiendo, siempre buscándola, mendigando su cariño.

— ¿Abuela tú puedes llevarme a verlos un día? Por favor. — le rogué.

— Si así dejarás de fastidiar Neville, pues bien. — aceptó — Más no esperes una muestra de afecto de parte suya, ya te lo advertí, ellos están en la luna.

Cuando conocí a mis padres, a pesar de todo lo shockeante que fue, estuve feliz en mucho tiempo. Al fin les conocía y sabía que en realidad ellos si existían, aunque no estuvieran conmigo, sabía que en sus más remotos pensamientos me sentían como su hijo –la misma enfermera lo dijo– veía a mamá más sonriente cuando yo iba, papá comía su comida con ganas.

Por lo que pensé que después de todo yo no era tan inútil, había logrado hacer que mis padres tuvieran un cambio de actitud luego de años de que estuvieran en el mismo estado.

Eso para un niño de seis años era lo mejor que podía pasarle.

Sobretodo un niño que creía en una casa sin amor, en la que su abuela le criaba por obligación.

Después de cinco años de monotonía, donde yo solía jugar solo en el jardín, donde salía a pasear solamente cuando mi abuela iba a comprar la despensa y los víveres al callejón Diagon y donde jugaba con Anthony Goldstein a través de la reja de la casa, mi vida cambió.

«Oscuros Secretos» [Una historia de Harry Potter]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora