01.

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Ginevra Weasley.

No sé en qué momento sucedió.

No sé en qué momento comenzó a ser algo que me empezó a gustar. Porque en un comienzo fue algo que destrozó mi espíritu, me sentí impura, más esa sensación no duró mucho.

Si mis padres si quiera sospecharan de esta situación, no volverían a mirarme a la cara.

De eso estoy segura.

Yo no era como papá, divertido y humilde, y menos como mamá. Quizás si nos parecíamos en el carácter, pero ella es hogareña y sonriente. Yo no era como ella y no tardé en percatarme de aquello.

¿Acaso el sombrero debió de enviarme a Slytherin?

Pues yo creo que sí.

Soy egoísta, tengo malos pensamientos y soy ambiciosa. Muy ambiciosa, tanto que decidí hacer lo que actualmente hago con la mayor naturalidad del mundo.

Lamentablemente me tocó nacer en una familia pobre. No, no estoy diciendo que no les quiera, ni que me avergüenzo de ellos. ¿Pero tanto les costaba tener algo de fortuna en Gringotts? Como cualquier mago, porque si pensaban tener tantos hijos, mínimo debían tener como mantenernos y no tenernos y hacernos pasar una mala vida.

Quizás exagero, jamás me ha faltado techo, comida, ni salud. Pero yo siempre quise más.

Cuando era una niña no me daba cuenta de lo que sucedía, yo sólo corría por las espigas que estaban cerca de casa. Más cuando fui creciendo fui tomando conciencia de nuestra situación económica. Mi madre nos hacía ropa para navidad, nunca teníamos juguetes caros y menos teníamos tanto para irnos de vacaciones. Cuando entré a Hogwarts fue peor, observaba que mis compañeras tenían uniformes nuevos, artículos de lujo y las escobas de colección o del año.

Pues yo no.

No tenía nada de eso.

Tenía que usar todo lo que mis hermanos iban desechando, todo lo que ellos habían usado, yo debía usarlo después. Tenía que usar libros viejos, más de una vez oí reírse de mí a las malditas perras de Slytherin. Que por culpa de ser pobres y no tener para comprar un libro, yo había dejado un desastre con todo el asunto del basilisco en mi primer año.

¿De qué nos servía ser de sangre pura  y pertenecer a los sagrados veintiocho si no teníamos dinero y no éramos respetados por las demás familias?

Pues de nada.

Y aquí fue cuando todo se fue derrumbando.

Al entrar a cuarto año mi único sueño era poder ser parte del equipo de Quidditch de Gryffindor y para eso no podía usar la vieja escoba de mis hermanos, necesitaba una saeta de fuego, la mejor escoba del mundo.
Cada vez que iba a Hogsmeade y veía a los chicos pasearse con ellas, sentía envidia, sentía rabia al verla en los escaparates de las tiendas y de no tenerla entre mis manos.

Ahí fue cuando comencé a pensar en qué hacer. Mi primera idea fue buscar un empleo en el Caldero Chorreante los fines de semana. Ya tenía catorce y podía hacerlo perfectamente, pero cuando le propuse la idea a mi madre, ella se negó en rotundo, diciendo que ese era un lugar de mala muerte y que jamás permitiría que yo pusiera un pie en el sitio.

¿No entiendo por qué no quería que ayudara?

Yo no quería seguir hundida en la miseria.

Pensé en toda clase de formas para comenzar a ganar dinero, hasta que un tiempo comencé a hacerle los deberes a mis compañeros de casa, a cambio de unos cuantos galeones. Eso me funcionó bastante bien y logré conseguir bastante, hasta que la profesora McGonagall me descubrió y mandó a llamar a mis padres. Aún recuerdo el escándalo que mi madre armó por aquello.

«Oscuros Secretos» [Una historia de Harry Potter]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora