Javier Domínguez y el Paraíso de la Perversión

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-Cruzando la puerta eres tu contra el mundo, Javier -dijo el guardia dando el toque a su cigarro.

-Y que Dios o el Demonio te protejan, porque quien sabe como te vaya a ir ahí adentro, ha ha ha -contestó con burla el otro guardia.

Ambos oficiales iban a cada lado de Zeta, quién caminaba con la cabeza gacha y solo girando sus ojos hacia arriba para distinguir el camino, generando en él un aspecto sombrío y aterrador.

Una vez cruzaron el patio de la cárcel, las puertas altas y gruesas del lugar se abrieron con lentitud dando paso a los tres hombres, quiénes caminaban firmes hasta llegar a la que sería la celda del nuevo prisionero.

Entre silbidos, abucheos, groserías e intentos de manoseo, los oficiales le retiraron a Zeta las esposas y lo aventaron con hostilidad dentro de su celda.

-Descansa bien, mariposita -dijo uno de ellos-, que mañana os darán una sorpresa.

El guardia miraba a Zeta con una sonrisa perversa y este solo le veía con rencor desde el suelo donde yacía tumbado.

-¡A dormir ya hijos de puta! -exclamó el uniformado-. Mañana le darán su bienvenida como queráis. Solo dejen la cuota que ya conocen y no pasara nada.

Las luces del pasillo se apagaron, quedando solo una luz blanca y pálida que provenía de las lámparas del patio. Zeta se levantó y movió las mantas de la colchoneta llevándose la sorpresa de que bajo ella habían cucarachas vivas y muertas moviéndose de un lado a otro.

El rostro del hombre se frunció con miedo y extrañeza. Había perdido aquella mueca de falsa dureza para ser presa de la nula cordura que todavía lo mantenía en pie.

-¿Que coño estoy haciendo aquí? -murmuró.

Con miedo y desconfianza se acercó hasta el inodoro y tratando de ver entre la oscuridad de la celda, se cercioró de que por lo menos la tasa estuviera medianamente limpia.
Se sentó en ella y ocultó el rostro entre sus manos.

Su poco sentido de la realidad lo inundó de miedo y temor.
Quería llorar y suplicar que lo dejaran salir, pues había algo en su mente que no le hacía entender el motivo de su estadía ahí.

-Yo no quiero estar aquí -susurró abrazándose-. Yo quiero irme a mi casa. Quiero estar con mamá, quiero estar con Josema o donde sea pero no aquí -dijo comenzando a sollozar mientras se mecía-. Quiero irme de aquí. Por favor, déjenme salir...

-¡Ya cállate maldita perra llorona! -exclamó molesto uno de los reos al lado.

Zeta calló.
Alzó la vista con bastante temor, asomándose por encima de sus dedos, dejando entrever unos ojos bañados en lágrimas y locura. Sus ojos se fijaron sobre la figura oscura y alta que le veía desde la celda de enfrente, la cuál por cierto, estaba vacía.
Con el entrecejo fuertemente fruncido y las lágrimas brotando en la mas insana de las locuras, el vocalista se pegó mas a la pared, admirando aquella figura extraña y aterradora acercarse cada vez mas a él.

Era tanto su terror que el habla se le cortó, emitiendo únicamente gemidos ahogados.
Su respiración se hacía cada vez menor, pues producto del pánico no conseguía inhalar lo suficiente como para tomar una bocanada de aire y gritar tanto como le fuera posible.

¿Como era eso posible? Si su mayor técnica vocal se basaba básicamente en alzar la voz y gritar cuando pudiese... Pero simplemente ahora no podía.

Su cuerpo se tensó. La figura humanoide estaba frente a el, traspasando la fuerte celda de acero sin problema alguno.
Zeta luchaba por moverse, gritar y huir.
Cerró los ojos con fuerza y entre lágrimas torció su cabeza hacia un lado, evitando toparse con el rostro deforme de aquella criatura.

Desde Mi Cielo (Mägo de Oz Fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora