Piernas débiles y flacas que tropiezan con frecuencia.
Brazos temblorosos que se cruzan con inseguridad por encima del pecho.
Pequeña estatura, menor fuerza.
¿Quién cree en éste despojo objeto de burla?
¿Quién apostaría por él en el campo de batalla?
¿Quién se sentiría orgulloso de un chiquillo que se asusta de su propia sombra?
La fortaleza de los grandes, el sudor de los que sobreviven en el Rin, eso es por lo que la muchedumbre da su dinero con confianza.
¿Que es un crío al lado de un imponente hombre corpulento?
Pasto para el ganado, ni siquiera comida para leones, quizás para peces...
El niño solitario en el campo de batalla reza para que su muerte sea rápida.
La bestia ya saborea su victoria.
Se escuchan los llantos de la madre , los gritos de la muchedumbre, el miedo y el morbo conviven en la misma franja.
El niño, débil, sin esperanzas, se aferra entre lágrimas a las cuentas de un rosario que suponen su último apoyo.
Jesús hijo de David, ten misericordia de mí que soy un pecador...
La bestia piensa en su premio, en la facilidad que tiene sobre su presa, la codicia y maldad aprisionan su corazón cegando cualquier principio de misericordia.
Se acerca con los ojos clavados en su víctima,
Jesús hijo de David...
Levanta el pie para aplastar al niño,
Ten misericordia de mi que soy un pecador.
La madre ahogada en un llanto reza.
¡Señor, ten piedad!
El señor escuchó.
Señor de los ejércitos, el que da la fortaleza.
El niño se levanta , ya no le tiemblan las piernas, sus brazos se extienden, mantiene la cabeza bien alta.
La bestia que iba a pisar al niño se asusta,
El niño se mira extrañado, él no había hecho nada, solo se levantó aceptando la voluntad de Dios.
Seguía siendo él, con sus flaquezas e inseguridades y sin embargo la bestia salio escopetada tras ver su rostro.
Un rostro nuevo.
Una nueva fuerza, una que no consta de músculos grandes ni ferocidad.
La fuerza con la que el señor te construye desde tu debilidad.
Esa es la verdadera.