Capítulo 14

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Yeger

Humo y ceniza.

En gran parte de este sitio se respiraba la devastación y muerte del sistema.

Tuve miedo por unos segundos, la explosión me había dejado bajo uno de los escombros de la pared.

Traté de sacar la mitad de mi cuerpo de esta prisión, el peso cada vez era más potente sobre mi espalda; me sostuve del suelo viendo entre el humo figuras enormes, casi inhumanas; sentí la presión energética, mi aura siendo aplastada por esas presencias.

-Traigan al chico

Abrí de golpe los ojos justo cuando una mano se acercó a la primera losa del techo caído, mi cuerpo empezó a temblar con la cercanía del individuo, aquella presencia se empezaba a contraer; de golpe, el peso del objeto en mi espalda calló.

Las punzantes heridas y rupturas que sufría mi espalda me hicieron reaccionar, no podría curarme a tiempo, esto consumía demasiado mi energía vital, apenas y podía tener los ojos abiertos sintiendo como mi vida pedía cerrarse en un leve silencio; apreté el suelo con gran pesar, escuché cada paso delimitar e irse acercando ante cada segundo que pasaba.

El ruido de uno de los escombros cayó cerca, el gruñido de alguien me trajo a la realidad; volteé con la poca fuerza que me quedaba y ubiqué a ese ser enorme, con una máscara macabra, músculos irregulares y manos deformes tratando de enfatizar a unos dedos, este mismo llevaba un cuerpo, sentí la poca vida emanar desde la mano que mantenía al ser.

-¿A...?

Humo.

Escombros.

Por mi cabeza pasaron dos escenarios, el malo y el peor que malo; el primero se componía de solo encontrar a mi amigo bajo los escombros, sin vida, con aquellos tentáculos envueltos, tal vez en su lecho de muerte se encontraría libre de aquellas cosas, podría verse con más vida que antes, esperaba que fuera así; el otro escenario era mucho peor, no lo veía muerto, ni siquiera peleando por su vida, lo encontraba capturado, envuelto entre todo el polvo, alterado, con miedo, veía su rostro lastimado, envuelto entre un aura de peligro y de nervios; sabía que desde el día de la prueba él había cambiado, era un Adoctrinado, uno de los pocos que habían sido escogidos para nacer en este sitio, estaba en peligro, muchos lo estuvieron, los antiguos poseedores de aquella habilidad se decían que estaban malditos, envueltos en una red de muerte y brumosa desgracia.

No hubiera querido creerlo, mucho menos al momento en que ambos nos habíamos separado; pude haberle convencido de no venir, de quedarnos los dos en el bosque viendo los barcos del lado "humano" ir pasando como si nada cerca de la paranormal y poco habitable Libertad, hubiera querido que ese día siguiera, el haberme quedado acostada a su lado escuchando aquellos trazos tan inusuales pero repetitivos que hacía al estar en las fronteras de la isla, lo hubiera querido con vida, sin verlo sufrir en carne propia un destino que nunca le fue comentado.

Sentí el alma salir por mis labios cuando aquel individuo movió el cuerpo de mi amigo, se lo llevaban, lejos; otra vez me separaban de él; traté de mover mi cuerpo de entre los escombros, moverme aunque mi espalda estuviera lastimada, empezaba a hiperventilar, llamaba a gritos en mi cabeza para así liberar mi poder, por lo menos poder darme un aventón de vida, pero nada, no sentía nada, solo la presión de una paz irradiante y nada tranquila ante mi mente, seguía llorando por dentro ante el dolor, la desesperación y miedo.

Cerré los ojos, dejando que la ocasión me venciera por completo.

Oscuridad.

Silencio.

Entonces regresé...

Volví a mi cueva, justo donde alguna vez compartí mis recuerdos, miedos, esperanzas, sueños y risas con alguien; la persona equivocada; me encontraba atrapada, llorando bajo aquella enorme construcción de la madre naturaleza, negando a mi corazón y mente las palabras que hace mucho me había escuchado decir y no creerlas.

"Te engañó"

Y es que por más que trataba de convencerme, esas palabras me inundaban como la primera vez que las pronuncié, me tragaban y masacraban ante la mera existencia de ellas; tuve que enfrentarlas, que darlas la cara y tratar de desmentirlas, y vaya sorpresa, nunca fue así, jamás pudo haberlo sido.

Dentro de esa cueva se encontraba una niña solitaria.

Una horrible noche de primavera alguien la encontró.

Dando vueltas asustada, encendiendo el farol y aferrándose a este como si fuera a protegerla, con los ojos hinchados, la nariz rojiza y una nube de miedo que la rodeaba a diestra y siniestra.

Allí se dio cuenta de la persona.

A veces dicen que encuentras a tu persona, un ánimus del ser que eres, pero de sexo distinto, que te refleja, representado como una imagen meramente viva del alma y del espíritu de la persona; aquello por lo que te vuelves completamente dependiente; bueno, hace mucho creí haber encontrado a mi ánimus, aquella declaración...Estaba equivocada.

Miles de secretos salieron a luz cuando le conocí, miles de sonrisas me sacó, muchas veces le tomé de la mano susurrando su nombre mientras veía las estrellas, lo convertí en un arma, una de doble filo que poco a poco iba clavándose en mi corazón hasta el punto de matarme sin darme cuenta; me consumió, terminó conmigo, así como lo hizo con mi confianza y mi vida.

Había sido él quien me había sacado de esa cueva, él me liberó tomando ese farol y mi mano para así llevarme de vuelta a una realidad tan demandante y poco viable a seguir, pero sin más, solo me tiró dejándome sola, vacía, sin un sentido.

En una tarde de otoño, esa niña cayó de nuevo en la cueva.

Sin farol, sin compañía, sin alguien quien le guiase por la tremenda oscuridad que hace mucho, sola, en un silencio tan atronador y muerto.

En la última noche de otoño, allí la vieron, con miedo, dudosa, plantando un tulipán justo donde le habían dejado caer.

En la segunda noche de invierno, ella regresó a ver su flor, esperando verla muerta, llena de nieve y casi congelada por la temporada, pero no fue así.

Dentro de esa maldita cueva, un nuevo ser se encontraba allí, envuelto en una chaqueta oscura, una capucha puesta escondiendo su rostro, hincado justo a la altura del tulipán, cuidándole y dándole calor, acariciándola con la delicadeza de alguien quien le teme el romper algo tan bello.

Esa noche de invierno, la chica que cayó a la cueva se encontró con su tulipán, con un chico sosteniendo una vela y un corazón sin confianza.

Desde esa noche, la chica de la cueva y el chico de la vela se unieron, prometiendo mantener ese tulipán vivo.

Por ese momento, volví.

Regresé a la realidad, dejando de lado esa cueva, la cueva de la cual me mantuve atrapada por mucho tiempo; abrí los ojos dejando escapar todo rastro de oscuridad, apreté las palmas de mis manos contra el suelo sintiendo como con la poca fuerzas de mi cuerpo me impulsaba.

Gemí del dolor, no quería ceder ante ello de nuevo; por fin me levanté dando con una soledad inmediata entre este sitio tan destruido y jodido; hice que mis pies se movieran por el cuarto tratando de ubicar la salida del mismo, me pegué a la pared dando con lo frío que se sentía y los temblores tan fuertes que se sentían dentro.

-¿Arthur?-Pregunté en voz tan baja que no creí que me escuchara.

Iba a repetir su nombre, quería creer que estuviera todavía aquí, pero no pude, no sentí más mi cuerpo.

Solo me dejé caer al suelo.

Rendida luego de no haber hecho nada, no pude pelear por él, ni siquiera por mi vida.

Escuché pasos, voces y luego nada...Sentí de nuevo los temblores en el suelo.

De ahí, nada.

Me volví a sumir en una oscuridad.

Sintiendo como algo me levantaba o tal vez estuviera cayendo al vacío.

La ProclamaciónWhere stories live. Discover now