1. Últimos días de otoño

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Amanecía en los Alpes, y los primeros rayos del sol de aquella mañana de finales de otoño se asomaban a través de la pequeña ventana de la cabaña de Heidi y de su abuelo. Dentro de ella se encontraba la joven de 16 años, todavía tumbada en su cama de heno perfumado. 

De repente, escuchó la voz de su abuelo que la llamaba desde el piso de abajo.

-¡Heidi! Ya es hora de levantarse, Pedro llegará pronto con las cabras.

-Ya voy abuelito, enseguida bajo.

Heidi se levantó de la cama, se puso su vestido y se arregló un poco el cabello con las manos. Este era algo más largo a como lo llevaba cuando era niña, ahora le llegaba un poco más arriba de los hombros y tenía unas cuantas ondas naturales en las puntas. Y no solo su cabello había crecido, su cuerpo también había experimentado un gran cambio. Heidi se estaba convirtiendo en toda una mujer, pero su personalidad alegre y bondadosa continuaba intacta y su rostro seguía reflejando dulzura y una sonrisa entre traviesa e inocente. En el fondo seguía manteniendo la esencia de la pequeña Heidi que todos siempre conocieron.

La joven bajó rápidamente por las escaleras y fue hacia la fuente que había debajo de los tres abetos para lavarse la cara. Después de eso se pondría a desayunar.

Heidi ya no solía ir todos los días con Pedro a los pastos. Muchas veces se encargaba de las tareas del hogar y de bajar al pueblo a comprar comida y hacer recados, mientras su abuelo trabajaba la madera en el taller. Sin embargo, todas las semanas aprovechaba algunos días para ir con su amigo de toda la vida. Y aquel día era especial ya que sería el último del año en el que subirían otra vez a los pastos. El otoño ya se estaba acabando y el tiempo iba empeorando cada día más.

-Ponte a desayunar, ya tienes tu comida preparada para llevártela. Te he puesto unos buenos trozos de queso y pan. –dijo el abuelito.

-Muchas gracias, abuelito.

De repente, se oyó un silbido a lo lejos. Heidi lo escuchó y rápidamente se levantó de su taburete al oír ladrar al viejo Niebla.

-¡Ya viene Pedro! –exclamó la joven.

-¿Has terminado ya de desayunar, Heidi?

-Sí abuelito. -dijo la muchacha mientras terminaba de comerse su último trozo de pan. -Voy a sacar a las cabras.

Heidi salió rápidamente de la cabaña hacia el corral para sacar a Bonita y a sus dos pequeñas y preciosas cabritillas llamadas Campanilla y Canela. La primera era blanca con algunas manchas marrones y la segunda era totalmente marrón. Hacía un par de años que Blanquita y Diana ya no estaban con Heidi y el abuelito, murieron debido a que eran ya muy viejas y eso entristeció mucho a la muchacha. Pero cuando Bonita dio a luz a sus preciosas hijas, Heidi volvió a sentirse feliz. Le recordaban mucho a Bonita cuando esta era una cabritilla y, sobre todo, a su gran e inseparable amiguita de la infancia, Copo de Nieve.

Después de llegar al corral, Heidi sacó a sus cabras y esperó a su amigo que venía a lo lejos con el rebaño. La joven aún recordaba el momento en el que Campanilla y Canela habían nacido meses atrás: estaba a punto de empezar la primavera y la nieve ya se había derretido casi por completo. Ese día, Heidi se encontraba sola con Niebla en la cabaña, el abuelito había tenido que ir hasta Maienfeld para comprar herramientas nuevas de carpintería que no vendían en Dörfli, lo cual le llevó más tiempo del que pensó. Pero a las pocas horas, Bonita se había puesto de parto y el abuelito aún no había regresado. Heidi no sabía qué hacer, no sabía muy bien cómo ayudar a Bonita, pero recordó que ese día Pedro todavía no había vuelto a los pastos y mandó a Niebla a buscarle a su cabaña. Nada más ver al perro, Pedro se imaginó lo que pasaba ya que, cuando bajaba de la montaña para ir hasta Maienfeld, el abuelito le había advertido al muchacho sobre el estado de Bonita y le había pedido que durante la tarde fuera a echarla un vistazo porque se encontraba sola con Heidi. Y Pedro era lo que precisamente estaba apunto de hacer justo antes de ver aparecer a Niebla. El muchacho subió corriendo hacia la cabaña de Heidi y, como buen cabrero, ayudó a Bonita en el parto y Heidi también le echó una mano siguiendo sus indicaciones. Entre los dos ayudaron a la valiente madre a traer al mundo a sus bebés. Heidi le estuvo muy agradecida a Pedro, siempre podía contar con él en cualquier momento.

Heidi está creciendo (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora