4. Una noticia alegre

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Los meses de invierno iban pasando en los Alpes y ya quedaban muy pocas semanas para que llegara de nuevo la primavera. Cada mañana, Heidi se levantaba temprano para ir a dar clase a los niños en la escuela de Dörfli. La joven estaba encantada con su trabajo y cada día que pasaba lo estaba más.

Aquella mañana, mientras caminaba por las calles del pueblo en dirección a la escuela, se encontró, cara a cara, con el cartero que iba en dirección a su casa.

-¡Buenos días Heidi! Que bien que te encuentro. Tengo una carta para ti, es de Frankfurt.

-¡Muchas gracias! -exclamó Heidi, mientras cogía la carta de las manos del cartero. -Seguro que es de Clara.

Efectivamente, nada más mirar el sobre vio que ponía "Clara Sesemann" en la parte de atrás. La joven se alegró mucho, durante los meses en los que Heidi estaba trabajando en la escuela se habían escrito poco. Sin embargo, su amistad seguía muy fuerte. La muchacha guardó la carta en su mochila para leerla después de las clases y siguió su camino hasta la escuela.

-¡Buenos días Señor maestro! ¡Buenos días niños! -exclamó Heidi nada más entrar en la escuela.

-Buenos días Heidi. -dijo el Señor maestro.

-¡Buenos días Señorita! -exclamaron todos los alumnos a la vez.

La muchacha sonrió y minutos después de los saludos las clases dieron comienzo.

-Bien alumnos, hoy toca repasar el tema que vimos ayer. La próxima semana habrá un pequeño examen, así que en estos días que quedan repasaremos y resolveremos las posibles dudas que puedan existir. -dijo el Señor maestro.

Todos empezaron a refunfuñar, a nadie le gustaban los exámenes.

-Ánimo niños, ya queda muy poco para que terminen las clases y empiece la primavera. Un último esfuerzo más. -dijo Heidi cariñosamente a sus alumnos.

-De acuerdo Señorita. -dijeron todos sus alumnos a la vez.

-Así me gusta. -dijo el Señor maestro.

Desde que Heidi daba clase junto al Señor maestro en la escuela de Dörfli los niños mejoraron mucho su lectura y aprendieron cosas nuevas. El trabajo de la muchacha consistía en enseñar el alfabeto a los niños pequeños y posteriormente a escribir las letras. Después les dictaba frases o palabras y les enseñaba a leerlas, además de explicarle lo que significaba cada una. También les ponía pequeños ejercicios de comprensión lectora. Y como buena maestra de apoyo, también echaba una mano al Señor maestro con los alumnos más mayores, especialmente cuando se trataba de ortografía y gramática. Había veces en las que los niños, con el consentimiento de los padres, salían de excursión con Heidi y el Señor maestro por las montañas y aprendían más sobre los animales, las plantas, etc, y de paso jugaban con la nieve. A los niños les gustaban mucho esas excursiones que organizaba Heidi. El maestro estaba muy contento y los aldeanos felicitaban a la joven cada vez que la veían por las calles del pueblo, agradeciendo el buen trabajo con la lectura que hacía con los pequeños.

Mientras tanto, Pedro se encontraba trabajando en su taller terminando de construir un mueble que le había encargado un aldeano. El invierno estaba llegando a su fin y quería adelantar el trabajo que aún le quedaba para poder tener algunos días libres y descansar hasta que, en primavera, volviera a subir con las cabras a los pastos. 

Aquel día terminó pronto y decidió bajar a Dörfli para ir a buscar a Heidi y salir de paseo con ella cuando saliera de la escuela. Se aseó un poco y, para no verse tan desaliñado, se afeitó la barba que ya tenía de días atrás y que raramente se dejaba crecer. Esa última semana había estado hasta arriba de trabajo y no había tenido tiempo ni para afeitarse. Después, agarró uno de sus trineos y se dispuso a bajar al pueblo subido en él. Ese trineo, construido por el propio Pedro, era grande y muy resistente, capaz de llevar encima a dos o tres personas de su tamaño. Sin duda, el joven se había convertido en un carpintero muy hábil.

Heidi está creciendo (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora