18. Boda en Dörfli

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Pasaron los días y el verano acabó. Clara y Hans regresaron a Frankfurt y al poco se casaron. Fue una boda a la que asistieron personas ricas y distinguidas de la ciudad. Entre ellas, la familia de Hans, incluido Bruno. Y obviamente, la familia de Clara: el Señor Sesemann y la abuelita. La Señorita Rottenmeier también asistió y se reencontró con Clara de nuevo. Sebastián, Juan y Tinette también fueron invitados. Incluso el doctor Klassen, quien ya estaba jubilado. Fue un ambiente que quizás para Heidi y Pedro hubiera resultado bastante incómodo, y no solo por los distinguidos invitados y modales, sino también por la presencia de Bruno. Incluso a la propia Clara le resultó algo agobiante la gran celebración, ella habría optado por algo más sencillo, pero siendo la hija del Señor Sesemann nadie se esperaba menos. Sin embargo, fue una hermosa boda y un día inolvidable para Hans y Clara, quienes ya eran marido y mujer. La joven le envió cartas a Heidi en donde le contó todos los detalles, tanto de la ceremonia como del banquete, así esta última pudo imaginárselo todo y sentir como si verdaderamente hubiera estado allí.

El otoño pasó y llegaron las intensas nevadas del invierno. Heidi volvió a dar clases en la escuela de Dörfli y Pedro continuó con sus trabajos de carpintería. Aunque durante el día estuvieran ocupados siempre sacaban tiempo al final de este para estar juntos. Siempre que podía, Pedro iba a buscar a Heidi a la salida de la escuela. La acompañaba hasta su casa o iban a la de él para que ella pudiera leerle los Salmos a la abuelita y para hacerle compañía mientras trabajaba en el taller. También disfrutaban juntos del invierno jugando a tirarse bolas de nieve o montándose en el trineo. Pero también aprovechaban los ratitos que estaban a solas para demostrarse su amor mediante besos que parecían detener el tiempo. Ya fuera con las montañas nevadas de fondo o bajo la luna llena, cada uno se perdía en los labios del otro.

Y en una de esas hermosas noches de luna llena, Pedro le regaló a Heidi un bonito anillo que compró con sus ahorros y que no pudo entregarle anteriormente en aquella pedida de mano tan repentina. Iba dentro de una bonita caja de madera que el muchacho había hecho expresamente para guardar el hermoso anillo de compromiso de su novia. Esta se sorprendió al verlo.

-¡Oh Pedro, es precioso!

-Cuando te pedí matrimonio no pude dártelo porque ni lo tenía ni pensaba que justo ese día te lo pediría, pero no quería dejarte sin él. 

Heidi sonrió al recordarlo. 

-Espero que no hayas cambiado de idea durante estos pocos meses que llevamos de novios. -dijo Pedro riendo tiernamente mientras tomaba la mano de su novia. -Pero quiero volver a preguntártelo. Heidi, ¿de verdad quieres casarte conmigo?

La muchacha sonrió tiernamente mirándole a los ojos.

-Aquella tarde en los pastos te dije que sí. -dijo Heidi mientras acariciaba la mejilla de Pedro. -Y créeme, te volvería a decir que sí mil veces más.

Pedro sonrió y puso el anillo en el dedo de la joven, esta lo miraba muy ilusionada. Después de eso, ambos se miraron a los ojos y comenzaron a besarse dulcemente con la luna llena de fondo.

Pasó el invierno y llegó la primavera, y con ella, el día más esperado para Heidi y Pedro, por fin iban a unirse en matrimonio. Hans y Clara pudieron llegar unos días antes del enlace, tal y como lo prometieron.

Aquel día, el pueblo estaba decorado con guirnaldas de flores y farolillos que se iluminarían por la tarde. En la plaza había varias mesas con centros de flores en donde se pondría toda la comida. Todos los aldeanos de Dörfli estaban invitados. 

Brígida se encargó de hacerles los trajes a Heidi y a Pedro, con telas de gran calidad que Clara les había traído desde Frankfurt. 

Los invitados, vestidos con lo mejor que tenían, llegaron a la iglesia del pueblo y esperaron sentados a los novios. Al rato apareció el novio, Pedro, junto a su madre y su abuela. El joven de 24 años iba muy guapo. Llevaba un traje y unos zapatos de color negro, una impecable camisa blanca y una corbata negra. En el bolsillo de la chaqueta llevaba una flor blanca. Brígida y la abuelita se sentaron en la fila de delante, mientras que Pedro se quedó de pie. A su lado estaba Hans, él y Pedro se habían hecho buenos amigos. Hans le había enseñado, entre otras cosas, a atarse la corbata, ya que Pedro jamás había usado una y no tenía ni idea de cómo se anudaba.

Heidi está creciendo (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora